sábado, 26 de febrero de 2011

EL ASNO DE ORO.

El asno de Oro. Una novela llena de metáforas que nos hace recordar la miseria del ser humano, en comparación con los animales.

Narrada en primera persona por el mismo autor (Lucio), quien relata su viaje por Grecia, pleno de aventuras, encantamiento y magia. En su camino a Tesalia –con el fin de resolver asuntos de familia-, lucio se encuentra con dos viajeros; el primero de ellos, de nombre Aristómenes, le relata una historia tétrica sobre hechizos y artes ocultas; motivado por el relato, el joven Lucio decide indagar a profundidad todo lo relacionado con el oficio de magos y hechiceros.

A su llegada a Plata, toma como lugar de hospedaje la casa de Milón y Pánfila; él es un rico y avaro personaje y ella una bruja, dedicada a toda una clase de sesiones con grimorios y pantáculos.

Birena, parienta de la madre de Lucio, le ofrece alojamiento en su palacio y la advierte contra las artes de Pánfila, pero todo es vano ya que Lucio está obsesionado por saber de magia llegando hasta ganarse la confianza de la criada de Pánfila, de nombre Fótide, quien promete enseñar las artes de su ama.

La curiosidad de Lucio lo lleva a presenciar un día la transformación de Pánfila en macho cabrío, intrigado por este hecho sobrenatural, decide entrar al cuarto donde la hechicera guara sus embijes; el joven desea transformarse en pájaro pero, por equivocación de Fótide, se ve convertido en un asno. Fótide promete que en la mañana siguiente deshará el encantamiento haciéndole comer una variedad de rosas. Lucio se designa a esperar el día siguiente con esa incómoda apariencia, aunque su mente y pensamientos se conservan. Para desdicha de Lucio, unos ladrones asaltan la casa de Milón y roban todas sus joyas y las cargan en el asno que trata de resistir invocando el nombre de César, pero solo consigue exhalar un rebuzno.

Los ladrones, disgustados, propinan al asno una soberana paliza. Mas adelante, Lucio encuentra sus rosas salvadoras pero es amenazado con un bastón por el hortelano, allí, en la cueva de los ladrones, donde escucha de labios de la guardiana la historia entre amor y psique.

Lucio o el asno, que es lo mismo, comienza a recibir las experiencias de su peregrinar en manos de sus distintos amos, conoce las vergüenzas, miserias e injusticias del género humano.

Sus últimos amos son una pareja de hermanos al servicio de un rico señor; un día cualquiera entra a la cocina y devora la comida que se había preparado para el dueño; este al observar el comportamiento tan particular del asno quien comía “como cualquier cristiano”, decide amaestrarlo y lo convierte en un asno muy sabio. Al que exhibe con orgullo.

Un día en que su amo pretendía llevar a cabo una representación, en la cual el debía unirse con una mujer, decide fugarse, llega a la costa y se sumerge en el mar, en busca de purificación. Allí mismo invoca a la diosa Isis, suplicándole que le devuelva su forma humana; la diosa se aparece ante él y lo instruye para que al día siguiente asista a una procesión que se realizará cerca de allí y coma las rosas que habrán de restituirle su forma corporal. Lucio obedece el mandato de la diosa y, al día siguiente recibe del sacerdote (que ha sido previamente instruido por la diosa) las rosas, las come y recobra su forma humana ante el asombro de los asistentes.

La novela tiene una moraleja: el hombre que se deja llevar por la curiosidad y los bajos instintos pierde su naturaleza humana y sólo mediante la misericordia de la diosa madre, a través de las rosas que simbolizan las virtudes del alma, puede llegar a redimirse.


“No se encuentra ningún otro animal que tenga vida más frágil
y al mismo tiempo tantas ganas de inmensidad de vida,
ninguno que tenga un temor más confuso y una rabia mayor.
Un cerdo nunca es feroz con otro cerdo, ningún ciervo ataca a otro ciervo:
solamente el hombre mata a otro hombre, sólo él crucifica, sólo él,  rapiñador, roba”.

Diálogo entre el cerdo y el asno en el Asno 

miércoles, 23 de febrero de 2011

APOLO Y DAFNE, LA VENGANZA DE EROS.


Apolo envalentonado por su triunfo sobre la serpiente y desafió a Eros (Cupido), el arquero más certero, el dios que lanza siempre con precisión sus flechas del amor, y le increpó con necias palabras...

“Dime, joven afeminado, ¿Qué pretendes hacer con esa arma más propias de mis manos que de las tuyas? Yo sé lanzar flechas certezas contra las bestias feroces y contra los peores enemigos. Yo he gozado mientras veía morir a la serpiente Pitón entre las angustias envenenadas de muchas heridas. Conténtate con avivar con sus candelas un fuego que a mi no me alcanza y no pretendas igualar tus victorias con las mías

Sírvete de tus flechas como mejor te plazca – Respondió el Amor – y hiere quienes te dé la gana. Más a mi me place herirte ahora. La gloria que a ti te viene de las bestias vencidas me vendrá a mí de haberte rendido a ti, cazador invencible”

Después de terminar su discurso, Eros se dirigió hacia el monte Parnaso y una vez allí, cargó dos flechas con el fruto del amor y de la pasión en una, y en lo otra, por el contrario, el abultado desdén. Las lanzó con gran tino y la primera se clavó en el pecho de Apolo, mientras la segunda alcanzó a la ninfa Dafne.

De este modo la pasión de uno – en este caso de Apolo – se estrellaría siempre contra el desprecio – latente en Dafne – del otro. Ante los requerimientos del dios, la ninfa respondía indefectiblemente con el repudio y la huida.

¡Espérame Hermosa mía! Clamaba Apolo, ¡Espérame! ¡Que no soy ningún enemigo de funestas ideas! Húyele el rodero al lobo, el ciervo al león y la paloma al águila porque sus enemigos son; únicamente el más inmenso amor me impulsa!

En vano clamaba Apolo; inútiles resultaban sus suplicas y sus ruegos; pues Dafne (a cauda del efecto del certero dardo de Eros) no reparó en él ni un instante siquiera.

Las lamentaciones de Apolo no parecían propias de un dios tan valeroso y victorioso como hasta entonces se había aparecido ante él mismo y ante los demás. La flecha del desamor, que Cupido le había clavado en el centro del mismo de su corazón, estaba produciendo por el certero arquero.

El dios y la ninfa


Reflexionaba Apolo sobre todas las cualidades de la que estaba adornado, y no hallaba fallo ni tacha alguna en su propia persona. Acaso ya no se acordaba de su arrogancia para con el “afeminado Cupido”. Cuanto más se miraba a sí mismo, menos veía sus posibles fallos. Finalmente, y muy a su pesar, Apolo no pudo conseguir el amor, ni el afecto de Leto, la cual se transformó en árbol, concretamente en un laurel que, por otro lado, se convirtió en el símbolo de Apolo y sus victorias.

El relato de Ovidio describe los amores del dios y de la ninfa:

“Hijo de Zeus soy, y adivino el porvenir y soy sabio del pasado. Yo inventé la emoción de acotar el canto al son de la lira; mis flechas llegan a todas partes con golpes certeros. Mas, ¡ay! Que me parece más certero quien me dio en mi blanco. Siendo el inventor de la medicina, el universo me adora como a un dios bondadoso y benefactor. Conozco la virtud de todas las plantas…pero, ¿Qué hierba existe que me cura la locura de amor? Se conoce que mis méritos, útiles para todos los mortales, únicamente para mí no tiene poder ni prodigio”.

Mientras hablaba de ese modo, Apolo logró acotar la hermosura acrecentada. Sus vestidos volados y semicaídos… Sus cabellos dorados y flotantes…Divina, sí. Debió pensar Apolo que más le valían que las melodiosas palabras, en aquella ocasión , los pies ligeros… y arreció en su carrera. Y fue aquello…como una liebre perseguida por un galgo en campo raso, espectacular y definitivo. ¿La alcanza? ¿No la alcanza? Ya los varoniles dedos rozan las prendas femeninas… ¡Y como palpita el corazón entonces…!

Llegó Dafne a la orilla del río Paneo, su padre, y le dijo así desconsolada: “Padre mío, si es verdad que tus aguas tienen el privilegio de la divinidad, ven en mi auxilio… o tú, Tierra, ¡trágame!, porque ya veo cuán funesta en mi hermosura…!

Apenas termino su ruego, fue acometida por un espasmo. Su cuerpo se cubre de corteza. Sus pies, hechos raíces, se ahondan en el suelo. Sus brazos y sus cabellos son ramas cubiertas de hojarasca. Y, sin embargo, ¡que bello aquel Árbol” A él se abraza Apolo y hasta parece que lo siente palpitar. Las movidas ramas, rozándole, pueden ser mi mujer, serás mi árbol predilecto, laurel, honra de mis victorias.

Mis cabellos y mi lira no podrán tener ornamento mas divino. ¡Hojas de laurel! Cubriste los pórticos en el palacio de los emperadores y reyes que no dejarán de aparecer verdes

lunes, 21 de febrero de 2011

MEDUSA, CASTIGO DIVINO


Medusa era la única mortal de las tres gorgonas, la cual era un hermosa e inocente muchacha, sacerdotisa en el sagrado Templo de Atenea. Como ya sabemos las sacerdotisas de la diosa estaban obligadas a conservar su virginidad y así sucedió con Medusa hasta que Poseidón osó poseerla violentamente en el propio templo. Está profanación provocó la ira de la diosa guerrera, que vertiendo su furia en la joven, castigó a Medusa transformándola en un ser horrible de serpientes por cabellos, al igual que los eran sus hermanas mayores. 


Las tres Górgonas, llamadas Esteno, Euríale y Medusa, eran hijas de Fortis y Ceto, dos de las distintas divinidades del mar, que además eran hermanos. La apariencia de estas tres criaturas provocaba miedo y espanto pues no sólo tenían serpientes en vez de cabellos, sino que también tenían su cuerpo cubierto de escamas de dragón, colmillos de jabalí en sus bocas, manos de bronce y alas de oro, las cuales pesaban tanto que con ellas ni podían volar. aunque lo peor de todo, lo más temible, era que si la miraban directamente a los ojos te convertías en piedra. 

Medusa, diferente a sus hermanas a nacer y la más joven de ellas, terminó convirtiéndose también en una criatura monstruosa pero no adquirió la inmortalidad. así termino muriendo decapitada a manos de Perseo, héroe mortal, hijo de Danae y nieto del Rey Acrisio, no sin que antes naciera de la sangre de su cuello Pegaso, el caballo alado, y el gigante Criasor. Perseo, una vez cumplida su misión, entregó la cabeza a Atenea, la cual incorporó a su escudo de batalla conocido como Égida. Ahora bien, la sangre de medusa, sin embargo, si podía resucitar a los muertos. 

ALCMENA, MADRE DE HÉRCULES

Alcmena es la esposa de Anfitrión y la madre de Heracles. Es del linaje de Perseo y de Andrómeda, pues su padre fue Electrión, hijo de éstos.
Se destacaba por su gran belleza. Cuando se casó con Anfitrión, quien era sobrino y cuñado de Electrión e hijo de Alceo (hermano de Electrión), y quien también provenía de los Persíadas no podían consumar el matrimonio hasta que él llevara a cabo la venganza de los hermanos de ella, hazaña que realizó con la ayuda del Creonte entre otros.
Anfitrión y Alcmena vivían en el destierro provocado por el asesinato accidental del suegro que Anfitrión había cometido. De ahí, él parte a la guerra contra los telebeos. En su ausencia, Zeus (dios de dioses) se hace pasar por él y convence a Alcmena de que tenga amores con él. Ella creyendo que era su marido y que la venganza ya había sido realizada, acepta y se une al dios en una noche alargada por él, para gozar de Alcmena durante mucho tiempo.
Al día siguiente, regresa su marido y también se une sexualmente a su esposa. Alcmena concibe así a dos hijos, uno por intervención del dios y otro de su marido. Los niños son gemelos con un día de diferencia. El mayor se llama Heracles (Hércules) y es hijo de Zeus, mientras que de Anfitrión nace Ificles.
Anfitrión deseó castigar a su esposa, a pesar de saber que ella no había tenido culpa en el asunto, y la iba a quemar en la hoguera. Zeus intervino y envió una fuerte lluvia ante lo cual, Anfitrión perdonó todo y decidió incluso hacerse cargo del hijo del dios.
Alcmena enviudó y acompañó a Heracles junto con Yolao (sobrino de Heracles) e Ificles en el fallido intento de regresar a su patria de origen, una vez que Heracles había terminado los doce trabajos impuestos por Hera mediante Euristeo. Éste se negó a dejarlos permanecer en su tierra.
Cuando Heracles muere, ella se encuentra con varios de sus nietos en Tirinto, de donde fue expulsada con todos los descendientes de Heracles por orden de Euristeo. Todos fueron bien recibidos en Atenas donde se refugiaron.
Euristeo decidió atacar a Atenas por haberle dado acogida a quienes estaban relacionados con Heracles y perdió la batalla. Los atenienses le entregaron a Alcmena la cabeza de Euristeo, y ella le sacó los ojos con un uso.
Terminó sus días terrenales en Tebas junto con todos los descendientes de Heracles. Hay varias versiones de lo que ocurre después de su muerte. Según una primera versión, Zeus envió a Hermes a recoger el cuerpo de ella para transportarlo a las islas de los Bienaventurados, donde se casó con Radamantis.
Según otras versiones, fue llevada al Olimpo donde compartió honores con su hijo divino. También existe la idea de que cuando Anfitrión había muerto en la lucha junto a su hijo, ella se había casado con Radamantis, quien estaba desterrado, y había vivido con él en Beocia, Ocalea.

viernes, 4 de febrero de 2011

ORFEO Y EURÍDICE...A UN PASO DE LA FELICIDAD

Cuentan que cuando Orfeo tocaba,  no sólo los hombres, animales y dioses se quedaban embelesados escuchándole, sino que incluso la Madre Naturaleza detenía su fluir para disfrutar de sus notas, y que así, los ríos, plantas y hasta las rocas escuchaban a Orfeo y sentían la música en su interior, animando su esencia.
Además de músico y poeta, Orfeo fue un viajero ansioso por conocer, por aprender… estuvo en Egipto y aprendió de sus sacerdotes los cultos a Isis y Osiris, y se empapó de distintas creencias y tradiciones. Fue un sabio de su tiempo. Con tantas cualidades, no era de extrañar que las mujeres le admiraran y que tuviera no pocas pretendientes. Eran muchas las que soñaban con yacer junto a él y ser despertadas con una dulce melodía de su lira al amanecer. Muchas que querían compartir su sabiduría, su curiosidad, su vitalidad.
Pero sólo una de ellas llamó la atención de nuestro héroe, y no fue otra que Eurídice, quien seguramente no era tan atrevida como otras y puede que tampoco tan hermosa… pero el amor es así, caprichoso e inesperado, y desde que la vio, la imagen de su tierna sonrisa, de su mirada brillante y transparente, se repetían en la mente de Orfeo, que no dudó en casarse con ella. Zeus, reconociendo el valor que había demostrado en muchas de sus aventuras, le otorgó la mano de su ninfa, y vivieron juntos muy felices, disfrutando de un amor que se dice que fue único, tierno y apasionado como ninguno.
Pero no hay felicidad eterna, pues si la hubiera, acabaríamos olvidando la tristeza, y la felicidad perdería su sentido… y también en esta ocasión sobrevino la tragedia. Quiso el destino que el pastor Aristeo quedara también prendado de Eurídice, y que un día en que ésta paseaba por sus campos, el pastor olvidara todo respeto atacándola para hacerla suya. Nuestra ninfa corrió para escaparse, con tan mala fortuna que en la carrera una serpiente venenosa mordió su pie, inoculándole el veneno y haciendo que cayera muerta sobre la hierba.
En las orillas del río Estrimón Orfeo se lamentaba amargamente por la pérdida de Eurídice. Consternado, Orfeo tocó canciones tan tristes y cantó tan lastimeramente, que todas las ninfas y dioses lloraron y le aconsejaron que descendiera al inframundo en busca de Eurídice. Camino de las profundidades del inframundo, tuvo que sortear muchos peligros, para los cuales usó su música, ablandó el corazón de los demonios, e hizo llorar a los tormentos (por primera y única vez). Llegado el momento, con su música ablandó también el corazón de Hades y Perséfone, los cuales permitieron a Eurídice retornar con él a la tierra; pero sólo bajo la condición de que debía caminar delante de ella, y que no debía mirar hacia atrás hasta que ambos hubieran alcanzado el mundo superior y los rayos de sol bañasen a Eurídice.
A pesar de sus ansias, Orfeo no volvió la cabeza en todo el trayecto, incluso cuando pasaban junto a algún peligro o demonio, no se volvía para asegurarse de que Eurídice estuviera bien. Llegaron finalmente a la superficie y, por la desesperación, Orfeo volvió la cabeza para verla; pero ella todavía no había sido completamente bañada por el sol, todavía tenía un pie en el camino al inframundo: Eurídice se desvaneció en el aire, y ahora… para siempre.