jueves, 18 de agosto de 2011

LAS MOIRAS, DUENAS DEL DESTINO.


Hilando vidas

Las Moiras son las personificación del destino de cada cual, de la suerte que le corresponde en este mundo. En principio, todo el mundo tiene su Moira, que significa su parte (de vida, de felicidad, de desgracia, etc.).
Luego, esta abstracción se convirtió muy pronto en una divinidad, tendiendo a parecerse a Ceres, aunque sin llegar nunca a ser un demonio violento y sanguinario como ella. Impersonal, la Moira es inflexible como el destino; encarna una ley que ni los mismos dioses pueden transgredir sin poner en peligro el orden del universo.
La Moira es la que impide a tal o cual dios acudir en socorro de un héroe determinado en el campo de batalla cuando ha llegado su “hora”.
Poco a poco parece haberse desarrollado la idea de una Moira universal que domina el destino de todos los humanos, y, sobre todo, después de la epopeya homérica, la idea de tres Moiras (Parcas), Cloto, Láquesis  y  Átropo que, para cada mortal, regulaban la duración de la vida desde el nacimiento hasta la muerte, con ayuda de un hilo que la primera hilaba, la segunda enrollaba y la tercera cortaba cuando la correspondiente existencia llegaba a su término.
Estas tres hilanderas son hijas de Zeus y de Temis, y hermanas de las Horas, divinidades de las Estaciones y que en una época más tardía llegaron a personificar las Horas del día. Según otra genealogía, eran hijas de la Noche, como las Ceres, y, por consiguiente, pertenecían a la primera generación divina, la de las fuerzas elementales del mundo.
Tienden a veces a formar un grupo con Ilitía, divinidad, como ellas, del nacimiento. Asimismo se encuentran citadas junto a Tique (la Suerte), que encarna una noción afín.
Las Moiras no poseen leyenda propiamente dicha. Apenas son más que el símbolo de una concepción del mundo, mitad filosófica, mitad religiosa

Las Parcas

En Roma, las Parcas son las divinidades del Destino, identificadas con las Moiras griegas, de las cuales se han asimilado casi todos los atributos. Al principio, parece que las Parcas fueron, en la religión romana, demonios del nacimiento. Pero este carácter primitivo despareció muy pronto ante la atracción de las Moiras. Se las representa como hilanderas que limitan a su antojo la vida de los hombres.
Como las Moiras, son también tres hermanas: una preside el nacimiento; otra, el matrimonio, y la tercera, la muerte.
En el Foro, las tres Parcas estaban representadas por tres estatuas, llamadas corrientemente las Tres Hadas (tria Fata, los tres “destinos”), y sus nombres eran Nona, Décima y Morta
Equivalencias:
  • Cloto (equivalente a la romana Nona): lleva un ovillo de lana en una rueca e hila el destino de los hombres.
  • Láquesis (equivalente a la romana Décima): devana el hilo en un huso, eligiendo la longitud del hilo, y dirige el curso de la vida.
  • Átropos (equivalente a la romana Morta): corta el hilo de la vida con sus tijeras terminando con la vida y eligiendo la forma de la muerte.
Nota:
Las Ceres de las que que se mencionan, son unos genios que desempeñan un importante papel en la Ilíada. En las escenas de batalla y de violencia, son generalmente la imagen del Destino, que se lleva a cada héroe en el momento de su muerte. Son representadas en forma de seres alados, de color negro, con grandes dientes blancos, horribles, con largas y afiladas uñas con las que desgarran los cadáveres y beben la sangre de los muertos y heridos. No confundir con Ceres de la mitología romana, diosa de las cosechas, la agricultura y la fecundidad.

martes, 16 de agosto de 2011

SOL, MITOLOGÍA DEL ASTRO REY.


El Sol ha sido adorado en todas las antiguas civilizaciones y venerado como fuente de vida, conciencia y espiritualidad. El que conduce el carro del Sol, que se toma muchas veces por el mismo astro-solar en su recorrido diario.

Fue llamado Ra en Egipto, Huitzilopohtli en la mitología azteca, en Grecia fue Helios y/o Apolo, en Roma llamado con el mismo nombre.


Apolo es hijo de Zeus y de Latona. Es dios de la belleza masculina, de las estaciones y de la creatividad. Vencedor de los Juegos Olímpicos. Simboliza al arquetipo superior de hombre.

Su madre tuvo dificultades para darle a luz, pues todas las ciudades temían recibir a tan poderoso dios al nacer, pues el oráculo decía que iba a ser muy presuntuoso y poderoso. Aquí vemos el símbolo de que no todos los pueblos están dispuestos a vivir de acuerdo a la verdad solar.

La isla de Delos accedió por fin a recibirle, pero sólo a condición de que en esa tierra Apolo levantara un poderoso templo para un oráculo.

Apolo nació mientras los cisnes daban siete vueltas a Delos y cantaban. El cisne en la simbología es el representante de la serenidad, la paz y la belleza espiritual. Luego fue alimentado con néctar y ambrosía.
Al poco de nacer, mató al dragón serpiente Pitón, símbolo de la obscuridad del invierno.

Rechazado por la diosa Hestia, Apolo no se desposó nunca, pero tuvo numerosas uniones con mortales y una numerosísima posteridad.

Lo curioso es que Apolo tenía un bello cuerpo, juventud y una voz encantadora. Pero, a pesar de todo ello, fue rechazado también por Dafne que, para no ser poseída por él, se convirtió en laurel. Esto había sucedido porque Apolo, enorgullecido por su victoria sobre la serpiente Pitón, se atrevió a desafiar al dios Amor y a sus dardos. El hijo de Venus sacó de su carcaj la flecha del amor, con punta de oro y la del odio y el desdén, con punta de plomo.

Cupido o Amor dirigió la primera contra Apolo y disparó la segunda a Dafne. Apolo adoptó aquel laurel y se lo puso de corona. Aquí está simbolizado el hecho de que el ser solar está predispuesto a desengaños amorosos por su nobleza y amplitud de alma, o bien, por su altanería y orgullo.

Otras desgracias le esperaban aún al dios solar. Presenció la muerte de su hijo Esculapio, famoso médico a quien Júpiter aniquiló con sus rayos, castigándole por haber resucitado a Hipólito. Apolo, que no se atrevía a tomar venganza en Júpiter, dio muerte a los Cíclopes, los cuales forjaban el rayo de Zeus; pero esto mereció un castigo, pues Apolo fue arrojado del cielo y condenado a vagar errante un año sobre la tierra, sujeto a los mismos infortunios que los mortales. Aquí vemos que aun la voluntad solar tiene que vivir las experiencias terrestres duras, que son las que le desarrollarán la humildad.

Entonces él buscó asilo junto a Admeto, rey de Tesalia y, convertido en un simple pastor, guardó durante muchos años los rebaños de éste, simbolizando así la naturaleza y el amor a la vida. El enseñó a los pastores a saborear las delicias de la existencia campestre, el murmullo de los riachuelos, el silencio de las noches y el canto de los pájaros.

En otra ocasión el sátiro Marsias, notable flautista, desafió a Apolo, pero este último superó al primero con el maravilloso sonido de su flauta. Aquí, la crueldad de Apolo empañó su gloria, pues luego de vencer a Marsias lo desolló vivo. En esto se representan las cualidades solares maléficas de la altanería, la locura del poder y el despotismo.
Después de su destierro, Apolo fue llamado de nuevo al Olimpo, aunque nunca dejó de darse unas escapaditas para visitar a sus amigos mortales.

Faetón, hijo de Apolo y Clímene, tuvo un día un altercado con un compañero suyo, quien le ofendió diciendo que no era hijo del Sol. Faetón logró convencer a su padre para que le dejara un solo día conducir el Carro del Sol para demostrar a su amigo quién era, a pesar de que Apolo le aconsejó que no lo hiciera. Como Faetón se obstinaba cada vez más, Apolo enganchó los cuatro corceles blancos al carro del Sol y orientó a su hijo: "en tu vuelo no seas excesivamente tímido o demasiado audaz; evita llegar al cielo o descender hasta la tierra; sigue un camino equidistante, el único que te conviene".

En este sabio consejo obtenemos la enseñanza de que la energía solar de la conciencia-voluntad es difícil de controlar pues, como en el filo de la espada, es fácil cortarse o caerse a cualquiera de los dos lados.

En las inexpertas manos de Faetón los impetuosos corceles corrían demasiado veloces en la bóveda azulada, amenazando unas veces abrazar el cielo y, otras, secar el agua de los ríos. Entonces fue cuando los etíopes tomaron el tinte negro que hoy conservan y los desiertos de Africa perdieron su vegetación.

Júpiter, alarmado, echó mano del rayo y mató a Faetón, quien cayó como un torbellino en el Erídano. Sus hermanas, desesperadas, se convirtieron en álamos, mientras que su amigo Cicno se transformó en cisne. Se ha de tener en cuenta que el Sol ama a sus hijos y sus obras creativas y sufre por ellos.

Apolo, no sin cierta reticencia, aceptó que las ceremonias del templo de Delfos fueran dedicadas no sólo a él, sino también a Dionisios. Apolo representaba el espíritu de la luz, mientras que Dionisios era la noche, el sueño y el misterio.

Se produjo una cierta confusión entre ambos, hasta tal punto que en algunas estatuas del templo estaba Apolo representado por delante y Dionisios por detrás. Por ello, Apolo dejó de ser inaccesible e inmutable, a la vez que Dionisios no fue más sombrío y violento. Realmente, las leyes de la vida no son buenas ni malas sino justas.

Se puede interpretar al respecto también que en lo que a la conciencia humana se refiere, existe un reverso obscuro o tenebroso, al cual se puede caer.

Para Plutarco Apolo representa "lo que verdaderamente existe" y lo que se mantiene estable, mientras que los otros dioses cambian. En el arquitrabe del Templo del dios había una E (ei), que el filósofo interpretaba como "Tú eres".

En Delfos, desde la primavera a otoño se hacía culto a Apolo, pero en los tres meses de invierno, cuando él iba al país de los hiperbóreos, era reemplazado por Dionisios.

viernes, 12 de agosto de 2011

EL MITO DE TESEO Y EL MINOTAURO


Aquella noche Egeo, el anciano rey de Atenas, se mostraba tan triste y preocupado que su hijo Teseo le dijo:

-Qué mal aspecto tienes, padre... ¿Te aflige algún pesar?

-¡Ay de mí! Mañana es el día maldito en que, como todos los años, he de enviar siete doncellas y siete muchachos de nuestra ciudad al rey Minos de Creta. Los desgraciados están condenados...

-¿Condenados?¿Qué crimen han cometido para tener que morir?

-¡Morir! ¡Si solo fuera eso: los devorará el Minotauro!

Teseo sintió un escalofrío. Llevaba mucho tiempo fuera de Grecia y acababa de regresar a su patria, pero había oído hablar del Minotauro. Se decía que este monstruo, con cuerpo de hombre y cabeza de toro, se alimentaba de carne humana.

-¡Padre, no consientas semejante infamia! ¿Por qué permites que se perpetúe tan odiosa costumbre?

-No tengo más remedio-suspiró Egeo-. Mira, hijo, antaño perdí una guerra contra el rey de Creta. Desde entonces he de pagarle como tributo, todos los años, catorce jóvenes atenienses, que el monstruo devora...

Con todo el ardor de su juventud, Teseo exclamó:

-¡En ese caso, permite que vaya a la isla! Acompañaré a las víctimas y me enfrentaré al Minotauro, padre. ¡Lo venceré y te libraré de tan horrible deuda!

Al oír aquellas palabras, el anciano Egeo se estremeció y estrechó a su hijo entre sus brazos:

-¡Jamás! Me espantaría perderte.

Años atrás, el rey había estado a punto de envenenar a Teseo sin darse cuenta debido a una estratagema de Medea, su segunda esposa, que aborrecía a su hijastro.

-¡No, no consentiré que vayas! Además, dicen que el Minotauro es invencible. ¡Vive oculto en un extraño palacio llamado Laberinto! Tiene tantos pasadizos, y son tan intrincados que los que se adentran por ellos no saben cómo salir. Y acaban por encontrarse con el monstruo, que los devora. Teseo era tan obstinado como intrépido. Insistió, se enfadó, y luego recurrió a los mimos y a la persecución hasta que el anciano rey Egeo, con el corazón desgarrado, acabó por ceder.

A la mañana siguiente, Teseo se dirigió junto con su padre al Pireo, el puerto de Atenas. Les acompañaban los jóvenes que iban a emprender su último viaje. Los ciudadanos contemplaban la procesión, unos con lágrimas en los ojos, otros amenazando con el puño a los emisarios del rey Minos que flanqueaban el siniestro cortejo. Al cabo,, el grupo llegó al muelle dónde estaba atracada una galera de velas negras. El rey explicó a Teseo:

-Son una señal de luto. Ay, hijo mío..., si regresas vencedor, no olvides cambiarlas por velas blancas, para que sepa, aún antes de que llegues a puerto, que estas vivo.

Teseo se lo prometió. Luego abrazó a su padre y se embarco con el resto de los atenienses.

Una noche, durante la travesía, Neptuno, el dios del mar , se apareció en sueños a Teseo y le dijo sonriente:

-Mi buen Teseo: eres tan valiente cómo un dios. Cosa nada rara, pues eres tan hijo mío cómo de Egeo...
Entonces Teseo se enteró del fabuloso relato de su nacimiento.

-Cuando te despiertes, tírate al agua-le indicó Neptuno-. Encontrarás un anillo de oro que Minos perdió hace mucho tiempo.

Teseo se despertó. Era de día y a lo lejos se avistaban las islas de Creta.

Entonces, ante la mirada estupefacta de sus compañeros, Teseo se tiró al agua. Al llegar al fondo divisó una joya que relucía entre las conchas, y la cogió; el corazón le latía fuertemente.

De modo que todo lo que le había dicho Neptuno era verdad: ¡era un semidiós!
Este descubrimiento hizo que redoblaran sus ánimos y su valor.

Cuando la nave atracó en el puerto de Cnosos, Teseo vió entre la muchedumbre al rey rodeado de su séquito y fue a presentarse ante él:

-Salve, poderoso Minos. Soy Teseo, hijo de Egeo.

-Espero que no hayas venido de tan lejos a implorar mi clemencia- dijo rey, mientras contaba cuidadosamente a los catorce jóvenes atenienses.

-No. Lo único que te pido es que no me separes de mis compañeros.

Los acompañantes del rey dejaron escapar un murmullo. Este contempló con desconfianza al recién llegado. Reconoció el anillo de oro que Teseo llevaba en el dedo y se preguntó muy sorprendido de qué prodigio se abrí valido el hijo de Egeo para encontrar la joya. Luego rezongó en tono de desconfianza:

-¡ De modo que pretendes enfrentarte al Minotauro! En ese caso, habrás de hacerlo solo con las manos: deja aquí las armas.

Entre la comitiva del rey se encontraba a la Ariadna, una de sus hijas. Impresionada por la temeridad del príncipe, pensaba horrorizada que pronto la pagaría con su vida. Teseo había estado mirando un buen rato a Ariadna. Desde luego le había llamado la atención su belleza, pero se quedó sobre todo intrigado porque estaba haciendo punto.

-Vaya un sitio más raro para calcetar - se dijo Teseo para sus adentros.

Sí, a Ariadna la gustaba hacer calceta porque podía dedicarse a meditar. Y sin de jar de mirar a Teseo, se le estaba ocurriendo una idea descabellada...

-Venid a comer y a descansar - les ordenó el rey Minos-. Mañana os conducirán al Laberinto.

Teseo se despertó sobresaltado: ¡alguien acababa de entrar en el aposento en el que dormía! Escudriñó la oscuridad y lamentó que le hubieran despojado de su espada. Una silueta blanca se destacó entre las sombras y un familiar chasquido de las agujas le reveló la identidad de la visita.

-No temas. Soy yo, Ariadna.

La hija del rey se acercó al lecho y se sentó. Cogió la mano del joven y le suplicó:

-¡Ay, Teseo, no vayas con tus compañeros! Si entras en el Laberinto, no podrás salir de él nunca más. Y no quiero que mueras...

Los estremecimientos de Ariadna revelaron a Teseo la naturaleza de los sentimientos que la habían empujado a ir a verlo aquella noche. Muy turbado murmuró:

-He de hacerlo, Ariadna. Tengo que vencer al Minotauro.

-Es un monstruo. Lo aborrezco. Pero es mi hermano...

-¿Cómo? ¿Qué dices?

-Ay, Teseo, deja que te cuente una historia muy singular... Mucho antes de que yo naciera, mi padre, el rey Minos, cometió la imprudencia de burlarse de Neptuno, sacrificando un pobre toro, flaco y enfermo, en lugar del magnífico toro que él le había enviado. Al poco tiempo, mi padre se casó con la hermosa Pasifae, que es mi madre. Pero Neptuno tramaba una venganza. En recuerdo de la antigua ofensa que le había hecho, consiguió que Pasifae perdiera la cabeza y se enamorara de un toro. La desgraciada mandó incluso que le construyeran un caparazón en forma de vaca, dentro del cual se metió para unirse al animal del que se había enamorado. Ya te puedes imaginar el resto, mi madre dio a luz al Minotauro. Mi padre no tuvo valor para matarlo, pero intentó ocultarlo para siempre de los ojos del mundo. Mandó llamar al mejor de sus arquitectos, Dédalo, el cual diseñó el laberinto. ¡Pero no te creas que estoy de parte del Minotauro! ¡Ese devorador de hombres merece mil veces la muerte!

-En ese caso, lo mataré.

-Aunque lo consiguieras, no serías capaz de salir del Laberinto.

-¡Pues que le vamos ha hacer!

Un prolongado silencio cubrió la oscuridad.

De repente, la muchacha se arrimó al joven y le dijo:

-Teseo, si te proporciono el medio para salir del Laberinto, ¿me llevarías contigo?

El héroe no contestó. Desde luego, Ariadna era muy atractiva, y era la hija del rey. Pero había llegado a aquella isla, no en busca de esposa sino a liberar a su país de una carga.

-Conozco las costumbres del Minotauro -le insistió ella- y sé cuales son las debilidades y como podrías vencerlas. Pero esa victoria tiene un precio: ¡Me llevarás contigo y me harás tu esposa!

-Está bien. Lo acepto.

A Ariadna le sorprendió que Teseo aceptara enseguida. ¿Estaría enamorado de ella o simplemente dispuesto a admitir un trato? ¡Qué más daba!

Le confió mil secretos que al día siguiente le permitirían vencer a su hermano. Y el sonido de su voz se mezclaba con el incesante chasquido de las agujas: Ariadna no había dejado ni un momento de hacer punto.

Frente a la entrada del Laberinto, Minos ordenó a los atenienses:

-¡Entrad, ha llegado la hora...!

Mientras los catorce jóvenes, completamente aterrorizados, iban entrando uno a uno en la extraña construcción, Ariadna le susurró al oído a su protegido:

-Teseo, coge este hilo y, ¡por lo que más quieras, no lo pierdas! Será lo que nos una.

Tenía en la mano el ovillo de la labor que tejía continuamente. El héroe cogió lo que ella le daba: un tenue hilo, casi invisible. Aunque el rey Minos no adivinó lo que tramaban, sí que se dio cuenta de que al muchacho y a su hija les costaba mucho separase.

-¿Qué pasa, Teseo?¿Te da miedo entrar? Sin decir ni una palabra, el héroe se metió en el corredor y enseguida se unió a sus compañeros, que, en una bifurcación, no sabían que camino tomar.

-¡Qué más da! Sigamos por la derecha.

Llegaron a un callejón sin salida, dieron media vuelta y tomaron otro camino, que les condujo a otra bifurcación de la que partían varios pasadizos.

-Vayamos por el del centro. Y no nos separemos.

Al poco salieron al aire libre; habían dejado atrás las paredes del Laberinto y ahora se encontraban ante unos matorrales muy espesos.

-¿Quién sabe? -murmuró uno de los atenienses- igual el destino nos brinda la oportunidad de no toparnos con el Minotauro..., sino con la salida.

Teseo sabía que desgraciadamente aquello era imposible: Dédalo había ideado la construcción de modo que siempre se llegara al centro de la misma.

Y eso fue exactamente lo que pasó. Al anochecer, cuando sus compañeros empezaban a quejarse de cansancio y de hambre, de repente Teseo les ordenó:

-¡Deteneos! Escuchad. ¿No os huele a algo raro...?

Las paredes les devolvían el eco de unos rugidos impacientes y en el aire flotaba un denso olor a carroña.
-Ya llegamos- murmuró Teseo-. ¡Estamos cerca del antro del monstruo! ¡Aguardadme y, sobre todo, no os mováis de aquí!

Se marchó solo, sin soltar el hilo de Ariadna.

De repente llegó a una explanada circular parecida a una plaza de toros allí estaba el monstruo más horroroso que jamás se pudo haber imaginado: era un gigante con cabeza de toro, y brazos y piernas musculosos como troncos de roble. Al ver llegar a Teseo, el Minotauro emitió un feroz bramido de golosa satisfacción, abriendo las babeantes fauces. Bajó la testa bovina y peluda, apuntando a su presa con su afilada cornamenta. Luego se abalanzó sobre su víctima golpeando la arena con las pezuñas de sus pies.

El suelo estaba cubierto de huesos. Teseo cogió el más grande y lo blandió. Cuando el monstruo se disponía a ensartarlo con sus astas se hizo a un lado y le asestó en el morro un golpe rotundo capaz de derribar a un buey ...¡Pero no tan violento como para matar a un Minotauro!

El monstruo rugió de dolor. Sin darle tiempo para recuperarse, Teseo se agarró con todas sus fuerzas de las astas y saltó sobre su peludo lomo. Encaramado sobre él, apretó las piernas como si fueran tenazas y trató de estrangularle. Incapaz de respirar el monstruo se debatía furioso. No podía cornear a su adversario que estaba firmemente trabado a él. Pataleó, se cayó, se revolcó por el suelo. A pesar de que la arena se le metía en los ojos y en los oídos, Teseo, siguiendo los consejos de Ariadna, no soltaba a su presa.

Poco a poco el Minotauro fue perdiendo las fuerzas y al cabo emitió un espantoso bramido de rabia, se estremeció y exhaló el último suspiro. entonces Teseo se apartó de aquella enorme masa inerte. Su primer impulso fue ir a recuperar el hilo de Ariadna.

El silencio insólito y prolongado había hecho que acudieran sus compañeros.

-¡Quién lo iba a decir! ¡Has vencido al Minotauro! ¡ Estamos salvados!

Teseo pidió que le ayudaran a arrancar las astas al toro.

-Así sabrá Minos que ya no puede reclamar ningún tributo - les explicó-.

-¿De qué no va a servir? Es cierto que hemos salvado la vida pero nos aguarda una muerte lenta, pues nunca seremos capaces de salir de aquí.

-Ya lo creo -afirmó Teseo mostrándoles el hilo-.¡Mirad!

Echaron a andar rápidamente. Gracias al hilo podían recorrer en sentido inverso el tortuoso y largo camino que los había conducido hasta el Minotauro. A duras penas lograba Teseo calmar su impaciencia .Se preguntaba que dios bienhechor abría inspirado a Ariadna aquella idea genial. Al poco rato el hilo se puso tenso: desde la otra punta alguien tiraba de el con tanta impaciencia como Teseo.

Al cabo de unas horas salieron al aire libre. El agotado héroe tiró al suelo, junto a la entrada, la sanguinolenta cornamenta del Minotauro.

-¡Teseo..., al fin!¡lo conseguiste!

Loca de amor y de alegría, Ariadna corrió hacía él y ambos se fundieron en un abrazo. La hija de Minos contempló tiernamente el revoltijo del enorme ovillo que Teseo tenía entre las manos y le reprochó con una sonrisa:

-Hay que ver, ya podías haberlo enrrollado un poquito...

Empezaba a amanecer. Teseo y sus compañeros, junto con Ariadna, cruzaron sigilosamente las calles de Cnosos y llegaron al puerto.

-Agujeread el casco de todos los navíos cretenses - les ordenó Teseo.

-¿Por qué?- preguntó Ariadna muy sorprendida.

-¿Acaso piensas que tu padre se va a quedar impasible?¿Qué va a permitir que su hija se fugue con el que ha matado al hijo de su esposa?

-Tienes razón- admitió ella-.¡Habrá que ver que castigo impone a Dédalo puesto que el Laberinto no ha servido para proteger al Minotauro como mi padre deseaba!

Cuando despuntó el sol, la galera de Teseo zarpaba del puerto y navegaba rumbo a Grecia...

Durante el viaje de vuelta Teseo tuvo un sueño muy extraño esta vez fue otro dios Baco, el que se le apareció y dijo:
-Es preciso que abandones a Ariadna en una isla, no será tu esposa para ella tengo proyectos más gloriosos.
-Pero es que le he prometido ...-farfulló Teseo.

-Ya lo sé. Pero tienes que obedecerme, o sino te expondrás a la cólera de los dioses.

Cuando Teseo se despertó todavía tenía dudas. Pero al día siguiente la galera tuvo que enfrentarse a una tempestad tan violenta que el héroe vio en ella un aviso divino.

Entonces gritó al vigía:

-¡Hay que hacer escala inmediatamente!¿No ves tierra allá a lo lejos?

-¡Si! Isla a la vista... Debe de ser Naxos. Atracaron en la isla a la vista de que se calmaran los elementos.

La tempestad amainó durante la noche. Al alba mientras Ariadna estaba tendida todavía sobre la arena. Teseo reunió a sus hombres y les ordenó a hacerse inmediatamente a la mar. Sin la muchacha.

-¡No queda más remedio!-añadió al ver el reproche retratado en los rostros de sus compañeros. Los dioses no actúan sin motivo. Y Baco tenía buenas razones para que Teseo abandonara a Ariadna: cautivado por su belleza se había enamorado de ella y habían decidido que tendrían cuatro hijos y que la joven se sentaría a su lado en el Olimpo. Como señal de alianza divina, incluso tenía pensado regalarle una diadema, que sería el origen de una de las más bellas constelaciones...

Desde luego Teseo desconocía los propósitos de aquel dios enamorado y celoso. Sentía remordimientos mientras navegaban rumbo a Atenas. Estaba tan ocupado que se olvidó de lo que le había dicho su padre antes de partir...
Apostado en el alto del faro que se alzaba en la bocana del Pirineo, el vigía gritó, protegiéndose los ojos con las manos a modo de visera:

-¡Barco a la vista! Sí...es la galera real que regresaba de Creta. ¡Rápido, id a avisar al rey!

Hay menos de tres kilómetros entre Atenas y su puerto. Esperanzado e inquieto, al anciano rey Egeo llegó corriendo hasta los muelles.

-¿Y las velas?-preguntó levantando la cabeza hacia al vigía-.¿Puedes ver las velas y decirme de qué color son?
-¡Ay, mi señor, son negras!

El anciano Egeo no quiso saber más. Transido de dolor se tiró al agua y se ahogó.

Cuando la galera atracó, acababan de recoger el cadáver del anciano Egeo en la playa. Teseo fue corriendo hacia él, en seguida comprendió lo que había sucedido y se maldijo por haber sido descuidado.

-¡Padre, no!¡No..., estoy vivo!¡Vuelve a la vida, por caridad!

Demasiado tarde: Egeo estaba muerto. Teseo se sumió en un dolor que le hizo olvidar su reciente victoria sobre el monstruo. El héroe pensaba con amargura que acababa de perder esposa y padre.

-¡Teseo, ahora eres tú el rey!-Proclamaron los atenienses postrándose ante él.

El nuevo soberano se quedó un momento de absorto ante el cadáver de Egeo y luego decretó solemnemente:
-¡De ahora en adelante este mar llevara el nombre de mi amado padre!

Y por eso, desde el monesto día desde que el vencedor del Minotauro regresó de Creta, el mar que rodea Grecia se llama mar Egeo.

Mientras tanto, Ariadna se había despertado de la isla desierta. Amanecía y distinguió las oscuras velas se de la galera, que se alejaba. Sin poder creer lo que veía, Balbuceó:

-¡Teseo! ¿Será posible que me abandones?

Siguió al barco con los ojos hasta que aquel se perdió en el horizonte y entonces comprendió que jamás volvería a ver a Teseo. Sola, en la playa de Naxos, dio rienda suelta a su dolor y estuvo gran rato lamentándose de la ingratitud de los hombres.

Más tarde, Ariadna encontró en la arena su labor inconclusa.

Cogió las agujas y se puso a tejer, a la espera de que se cumpliera el prodigioso destino que ella todavía desconocía.

Allí se quedó haciendo calceta, y sin dejar de llorar.

martes, 2 de agosto de 2011

LA ODISEA, EL COMIC


Milo Manara es uno de los autores más importantes de la historia del cómic. A partir de 1978 comenzó a dibujar las andanzas de un joven viajero que corre aventuras por todo el mundo: Giuseppe Bergman, creado como homenaje a Hugo Pratt, también dibujante de cómics y padre del famosísimo personaje Corto Maltese.
La novena y última entrega de Giuseppe Bergman se titula La odisea de Giuseppe Bergman.
El barco de Bergman ha naufragado en alta mar una noche de niebla por el choque contra algo grande e indeterminado.  Nuestro protagonista es rescatado por un pequeño grupo de personas (dos chicas jóvenes y un  viejo chiflado que cree ser la reencarnación de Ulises) que viajan a bordo de otro barco con rumbo a Ítaca para revivir la travesía de Ulises por el Mediterráneo.
(PULSAR SOBRE LAS IMÁGENES PARA VERLAS AMPLIADAS)
Ya a salvo, durante esa misma noche de niebla, Giuseppe Bergman ve claramente un barco griego de otra época con marineros en él.

1.Primera visión del barco griego antiguo
Un rato después, a Bergman se le aparece el auténtico Ulises, que le advierte de la cólera de Poseidón contra los hombres soberbios y que persiguen lo que no está a su alcance. Ulises le entrega su casco a Bergman que lo pierde en un desgraciado accidente. El casco del héroe termina en el estómago de un gran tiburón.
2.Aparición de Ulises a Giuseppe Bergman


Bergman junto a sus compañeros de viaje va dando tumbos de acá para allá, hasta que encuentra en una isla el casco de Elpénor enterrado en la arena. Este casco tiene el poder de proporcionar visiones extraordinarias a su portador, y quien primero se lo coloca es la joven que patronea el barco. Su primera visión es la de Ulises en la isla de Eolo, dios del viento; la segunda, una fantasía sobre el sacrificio de las vacas de Helios por los marineros de Ulises y la tercera, el episodio de Escila y Caribdis.
3 y 4-Escila y Caribdis.

En la cuarta visión se nos cuenta el episodio de las sirenas.
5. Las sirenas de la tradición moderna y antigua.


La joven revive el descenso al Hades de Ulises y su encuentro con Aquiles en la quinta visión.
6 y 7. Encuentro en el Hades con Aquiles rodeado de una gran tropa. Historia de Aquiles en Troya.


Después, asiste a la aventura de Circe y a la muerte de Elpénor, dándose cuenta entonces de que todo lo que ha visto ha sido a través del casco de un hombre muerto. En su aturdimiento, la chica insulta a Poseidón y se  levanta entonces una gigantesca tempestad. El barco es sacudido terriblemente por la furia del dios del mar cuya intención es terminar aquella venganza que comenzó con Ulises y su tripulación hace cientos de años.
8.La ira de Poseidón 

Una enorme ola lanza a la joven fuera del barco. Un tiburón la agarra por la cabeza, llevándose el casco de Elpénors. La chica se salva milagrosamente. Ilesa y sin un solo rasguño sube al barco de nuevo. La tempestad amaina por fin. Por otro lado, el viejo chiflado, que había abandonado el barco en un bote, llega desnudo y exhausto por la tempestad a la playa de una isla donde encuentra a una joven a la que confunde con Nausica en sus delirios.
La joven patrona del barco y Giuseppe Bergman deciden poner rumbo a Ítaca y encarar las aventuras que se les presenten.


Así que, como nos dice Cavafis, “si vas a emprender el viaje a Ítaca, pide que tu camino sea largo…” . Porque la vida es un viaje unas veces triste y otras alegre, lleno de aventuras y, al fin de cuentas, hermoso.