Las joyas más vistosas que creaba Hefesto en su fragua se las regalaba a su esposa, la diosa Afrodita, de manera que su hermosura siempre resaltaba sobre todas las deidades.
La divinal Afrodita no rechazaba nunca regalo alguno de su esposo, pero pasaba los largos y cálidos días de astío en compañía del joven efebo Adonis (hijo de la relación incestuosa de una doncella llamada Mirra con su propio padre) de quien estaba enamorada.
Todos los años, en el solsticio de primavera, cuando la tierra se llenaba de luz y vida, la diosa Afrodita, apenas cubierto su cuerpo con un vestido de gasa y seda transparente, salía corriendo al campo y se sentaba en lo alto de la colina cercana al mar para esperar a su amado Adonis, que venía de pasar el invierno en el sobrio mundo subterráneo del reino de Hades, aunque en la deleitosa compañía de la joven Persfone, esposa del dios de los infiernos
El mito narra que Ares, dios de la guerra, era amante de Afrodita, y sentía celos de Adonis, por lo que tras seguirlo cuando caminaba por el bosque, se personifico en un fiero jabalí que descuartizó con sus colmillos al muchacho.
Desconsolada la hermosa Afrodita, lloró con gran sentimiento la muerte de Adonis, y al caer en tierra sus lágrimas, y mezclarse con la sangre de su amado, el suelo se abrió y brotó una flor blanca que brillaba como una estrella. La diosa llamó anémona de los bosques a esa flor tan delicada y, desde entonces hasta nuestros días, cuando llega la primavera, la colina del monte Líbano, el lugar donde la hermosa Afrodita esperaba a su amado, se cubre de tupido manto de hierbas silvestres y de flores olorosas es el Jardín de Adonis… donde crece el árbol de mirra
No hay comentarios:
Publicar un comentario