domingo, 9 de septiembre de 2018

ECO Y NARCISO. El reflejo del amor propio

Eco era una ninfa hermosa, que tenía —y manejaba muy bien— el don de la palabra. Contaba largas y hermosas historias y las más bellas palabras salían de su boca con una fluidez natural y un tono de voz hipnotizante.
Un día, en que Zeus se encontraba en el bosque jugueteando con las ninfas, Hera se presentó de improviso, persiguiendo
a su marido, molesta por sus continuas infidelidades. Eco, al darse cuenta, comenzó a entretener a Hera con las más variadas historias, mientras las ninfas y el propio Zeus, huían del lugar.
Las ninfas huyeron, pero Hera se dio cuenta del engaño. Furiosa, castigó a Eco despojándola de su voz y permitiendo únicamente que repitiera las últimas palabras de su interlocutor.
Narciso, hijo del río Céfiso y la bella Liríope, era tan hermoso que desde el momento de nacer fue amado por todas las ninfas. Su madre acudió al adivino Tiresias para que le pronosticara si su hijo viviría muchos años. La respuesta, fue:
- Tu hijo vivirá muchos años si no se ve a sí mismo.
Creció Narciso, con tales gracias que las mujeres le perseguían para amarle, pero él las rechazaba a todas. Un día que Narciso paseaba por el bosque le sorprendió la ninfa Eco que había sido castigada por la diosa Hera, esposa de Zeus, a que jamás podría hablar por completo; su boca sólo podría pronunciar las últimas sílabas de aquello que escuchara.
Eco se enamoró de Narciso nada más verlo y le fue siguiendo sin que él se diera cuenta. Cuando se decidió a acercarse las palabras se negaron a salir de su boca y se ocultó detrás de un árbol seco.
Mientras tanto Narciso hablaba con las flores del bosque:

- Hermosa flor, flor olorosa...
- Rosa, -repitió Eco-.
Narciso escuchó la voz de Eco y gritó:
- ¿Hay alguien por aquí?
- Aquí, aquí, -respondió la ninfa-.
Narciso, al oír a Eco, contestó:
- ¿Quién se oculta cerca de ese árbol seco?
Y la bella ninfa salió de entre los árboles con los brazos abiertos diciendo:
- Eco, Eco.
Cuando se encuentran, Eco abraza a Narciso, pero éste la rechaza y le dice:
- No pensarás que yo te amo...
- ¡Yo te amo!, ¡yo te amo!, -le contesta Eco-.
Entonces gritó Narciso:
- No puedo amarte.
- Puedo amarte, -repetía con pasión Eco-.
Narciso huye entre los árboles diciendo:
- No me sigas, ¡adiós!
- Adiós, adiós, -contesta Eco-.
La menospreciada Eco se refugia en el espesor del bosque. Consumida por su terrible pasión, delira, se enfurece y piensa: «Ojalá cuando él ame como yo le amo, se desespere como me desespero yo».
Némesis, diosa de la venganza, escuchó su ruego. En un tranquilo valle había una laguna, de aguas claras, que jamás había sido enturbiada, ni por el cieno, ni por los hocicos de los ganados. A esa laguna llegó Narciso y, cuando se tumbó en la hierba para beber, Cupido le clavó, por la espalda, su flecha del amor,... lo primero que vio Narciso fue su propia imagen, reflejada en las limpias aguas y creyó que aquel rostro hermosísimo que contemplaba era el de un ser real, ajeno a sí mismo. Se enamoró de aquellos ojos que relucían como luceros, de aquellas mejillas imberbes, de aquel cuello esbelto, de aquellos cabellos negros.
Se había enamorado de... él mismo y ya no le importó nada más que su imagen. Permaneció largo tiempo contemplándose en el estanque y poco a poco fue tomando los frescos colores de esas manzanas, coloradas por un lado, blanquecinas y doradas por otro, transformándose lentamente en una flor hermosísima que al borde de las aguas seguía contemplándose en el espejo del lago.
En el mismo instante en que Narciso se transformó en flor, Eco se desmoronó en la hierba, muerta de amor. El cuerpo de Eco nunca se pudo encontrar pero en los montes y valles de cualquier parte del mundo, aún responde a las últimas sílabas de las voces humanas.

HERO Y LEANDRO... Cuando la luz se apagó.

Hero, era una sacerdotisa de Afrodita, se dedicaba por completo al culto de la diosa del amor y vivía junto a sus padres en una torre de Sestos, en el extremo de Helesponto.
Leandro era un joven que habitaba al otro lado del estrecho, en Abidos.
Durante la celebración de un festival en honor a Adonis y Afrodita a la que acudió gente de todos los alrededores, Leandro vio a Hero y se quedó cautivado por su belleza. Hero aun sabiendo que su único deber era cumplir como sacerdotisa, al principio se resistió, pero finalmente se dejó enamorar por Leandro. Esta relación no recibía el apoyo de los padres, quienes se negaron a que estos se casaran.
Ante esta situación decidieron verse en secreto, así pues, Leandro atravesaba el estrecho a nado todas las noches dejándose guiar por la luz que emprendía una linterna que su amada situaba en la ventana de su habitación de la torre.
Siendo su amor tan apasionado, Hero se dejó convencer por los argumentos de Leandro, en los que le decía que no se puede ser sacerdotisa de la diosa del amor sin conocer por completo el amor. De esta manera unían sus almas y sus cuerpos todas las noches de sus encuentros.
Esta situación, duró lo que la estación estival. Con la llegada del invierno Leandro no se dejó asustar por el mar violento, y seguía nadando todas las noches para ver a su amada. Pero en una trágica noche de tormenta, mientras nadaba hacía la otra orilla, la luz de la ventana por la que se guiaba, se apagó a causa del fuerte viento. Con esto Leandro perdió el rumbo y se ahogó en las frías aguas del mar.
Viendo que su amado no llegaba, Hero, al día siguiente decidió bajar a la orilla del mar donde una ola arrastró a sus pies el cuerpo de su amado. Hero, desconsolada, lo tomó entre sus brazos y dejó que una ola se los llevara mar adentro donde ella se ahogó también.
Otras versiones relatan el final de otra manera. Según estas Hero viendo que Leandro no llegaba decidió tirarse al mar desde la torre en la que cada noche dejaba la luz para guiar a su amado.
[Mito narrado por, Ovidio en sus Heroidas].

CÉFALO Y PROCRIS... Cuando la Brisa sopló

Los celos y la envidia podrían acabar con un amor que parecía indestructible...
Céfalos, un hermoso y apuesto joven que adoraba la caza. Una mañana temprano, cuando se disponía a realizar su actividad favorita, Eos, la diosa de la Aurora, lo vio, y quedó prendada de él. Y, como no, decidió secuestrarlo y llevárselo con ella.
Pero Céfalos ya estaba enamorado. De hecho, no hacía mucho que se había casado con Procris, una bella y encantadora ninfa, favorita de la diosa Diana, la gran cazadora. Un día la diosa regalo a Procris el mejor perro persa y una jabalina que jamás erraba en el blanco. Estos obsequios, a su vez, fueron dados por la joven a Céfalo, en prueba de amor.
Así que, por mucho que insistió y porfió por conseguir el amor de Céfalos, la diosa Eos no consiguió su propósito. Era obvio que el joven amaba por encima de todo a Procris. Cansada e irritada, finalmente lo liberó mientras le decía: “Vete, mortal desagradecido, y cuida muy bien de tu esposa, pues si no me equivoco, algún día lamentarás haber vuelta con ella”
Céfalos regreso al lado de Procris y siguieron la feliz vida que habían llevado hasta entonces. Pero algo están pensando en la región. Y no era bueno. Eos, empujada por los celos y el odio, había enviado un feroz y hambriento lobo a la zona.
Los cazadores redoblaron sus esfuerzos para apresarlo, pero todo fue en vano. Parecía no existir nada que lo detuviese.
Decidieron ir a ver a Cefalos y pedirle que les dejara su famoso perro, cuyo nombre era Lelaps. Una vez suelto el perro, este salió tan deprisa que, si no llega a ser porque había dejado sus huellas estampadas en la tierra, nadie diría que era real. Cuando Lelaps encontró al lobo, empezó una colosal lucha de poderes celestiales. Cada uno uso sus tretas contra su rival. Céfalos y el grupo de cazadores observaban desde lejos.
Llego un momento en que los dos animales desaparecieron de la vista, e incluso Céfalos llego a creer que habían perdido a su perro Lelaps. Aun así, decidió seguirles la pista y cada mañana cogia su jabalina y se adrentaba en el bosque en busca de los dos animales.
Un día, agotado y cansado, el joven se tendió en la hierba para tomar un respiro. Al notar el frescor del aire, dijo en voz alta: “Ven, dulce brisa, ven y apaga este calor que me quema”. Lo que el no sabía es que un campesino que pasaba por ahí lo había escuchado. Y no le falto tiempo para correr a decirle a Procris lo que había salido de boca de su amado esposo. Ni que decir tiene que la muchacha pensó lo peor, que su esposo la engañaba.
Aun así, la joven no podía creerse tal cosa. Por lo que decidió comprobarlo por sí misma.
A la mañana siguiente, y sin que Céfalos se diera cuenta, Procris lo siguió. Una vez la joven llego al lugar donde salía descansar y tumbarse, Procris se mantuvo escondida tras unos arbustos a la espera de ver si aparecía la presunta amante de su marido. Entonces Céfalos volvió a decir en voz alta: “Ven. Ven a mi, dulce brisa, toma mi pecho y libérame de este calor.
Al oírlo, la joven esposa comenzó a sollozar. Céfalos, confundió los llantos con el sonido de un animal y disparo su jabalina contra la espesura. Pero aquel grito no era de un animal. Era el grito de dolor de su amada esposa Procris.
Corrió hacia los arbustos y allí encontró a la joven, ensangrentada y herida de muerte. Intento arrancarle la jabalina, pero no pudo. Se estaba muriendo. Antes de emitir su ultimo aliento, abrió los ojos, miro a su marido y le dijo: “Si alguna vez me has amado, por favor, jamás te cases con la brisa”.
Céfalos entonces entendió lo que había ocurrido y roto de dolor, abrazo el cuerpo ya sin vida de su amada.