Los celos y la envidia podrían acabar con un amor que parecía indestructible...
Céfalos, un hermoso y apuesto joven que adoraba la caza. Una mañana temprano, cuando se disponía a realizar su actividad favorita, Eos, la diosa de la Aurora, lo vio, y quedó prendada de él. Y, como no, decidió secuestrarlo y llevárselo con ella.
Pero Céfalos ya estaba enamorado. De hecho, no hacía mucho que se había casado con Procris, una bella y encantadora ninfa, favorita de la diosa Diana, la gran cazadora. Un día la diosa regalo a Procris el mejor perro persa y una jabalina que jamás erraba en el blanco. Estos obsequios, a su vez, fueron dados por la joven a Céfalo, en prueba de amor.
Así que, por mucho que insistió y porfió por conseguir el amor de Céfalos, la diosa Eos no consiguió su propósito. Era obvio que el joven amaba por encima de todo a Procris. Cansada e irritada, finalmente lo liberó mientras le decía: “Vete, mortal desagradecido, y cuida muy bien de tu esposa, pues si no me equivoco, algún día lamentarás haber vuelta con ella”
Céfalos regreso al lado de Procris y siguieron la feliz vida que habían llevado hasta entonces. Pero algo están pensando en la región. Y no era bueno. Eos, empujada por los celos y el odio, había enviado un feroz y hambriento lobo a la zona.
Céfalos regreso al lado de Procris y siguieron la feliz vida que habían llevado hasta entonces. Pero algo están pensando en la región. Y no era bueno. Eos, empujada por los celos y el odio, había enviado un feroz y hambriento lobo a la zona.
Los cazadores redoblaron sus esfuerzos para apresarlo, pero todo fue en vano. Parecía no existir nada que lo detuviese.
Decidieron ir a ver a Cefalos y pedirle que les dejara su famoso perro, cuyo nombre era Lelaps. Una vez suelto el perro, este salió tan deprisa que, si no llega a ser porque había dejado sus huellas estampadas en la tierra, nadie diría que era real. Cuando Lelaps encontró al lobo, empezó una colosal lucha de poderes celestiales. Cada uno uso sus tretas contra su rival. Céfalos y el grupo de cazadores observaban desde lejos.
Llego un momento en que los dos animales desaparecieron de la vista, e incluso Céfalos llego a creer que habían perdido a su perro Lelaps. Aun así, decidió seguirles la pista y cada mañana cogia su jabalina y se adrentaba en el bosque en busca de los dos animales.
Un día, agotado y cansado, el joven se tendió en la hierba para tomar un respiro. Al notar el frescor del aire, dijo en voz alta: “Ven, dulce brisa, ven y apaga este calor que me quema”. Lo que el no sabía es que un campesino que pasaba por ahí lo había escuchado. Y no le falto tiempo para correr a decirle a Procris lo que había salido de boca de su amado esposo. Ni que decir tiene que la muchacha pensó lo peor, que su esposo la engañaba.
Aun así, la joven no podía creerse tal cosa. Por lo que decidió comprobarlo por sí misma.
A la mañana siguiente, y sin que Céfalos se diera cuenta, Procris lo siguió. Una vez la joven llego al lugar donde salía descansar y tumbarse, Procris se mantuvo escondida tras unos arbustos a la espera de ver si aparecía la presunta amante de su marido. Entonces Céfalos volvió a decir en voz alta: “Ven. Ven a mi, dulce brisa, toma mi pecho y libérame de este calor.
Al oírlo, la joven esposa comenzó a sollozar. Céfalos, confundió los llantos con el sonido de un animal y disparo su jabalina contra la espesura. Pero aquel grito no era de un animal. Era el grito de dolor de su amada esposa Procris.
Corrió hacia los arbustos y allí encontró a la joven, ensangrentada y herida de muerte. Intento arrancarle la jabalina, pero no pudo. Se estaba muriendo. Antes de emitir su ultimo aliento, abrió los ojos, miro a su marido y le dijo: “Si alguna vez me has amado, por favor, jamás te cases con la brisa”.
Céfalos entonces entendió lo que había ocurrido y roto de dolor, abrazo el cuerpo ya sin vida de su amada.
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