Esta es la historia de un héroe prácticamente invencible que consiguió derrotar a grandes monstruos como la Quimera y a temibles guerreras como las Amazonas. Un joven que cabalgó a lomos del caballo alado Pegaso y que osó creerse a la altura de los Dioses, motivo por el cual fue castigado por Zeus, el todopoderoso.
Cuando el joven Iponoo, hijo del rey Glauco de Corintio, mató accidentalmente su hermano Belero en una competición de caza, cambió su nombre original por el de Belerofonte, que significa asesino de Belero, y se exilió en Tirinto, en la corte del rey Preto como huésped.
Desde que apareció, Belerofonte se convirtió en la obsesión de Estenobea, esposa del rey Preto. Por esto a los griegos no les sorprendía que la reina intentara abordarlo en ocasiones diversas. El hecho es que él la rechazó una y otra vez, y Estenobea no pudo sufrir este desprecio: fue a encontrar a su marido y le dijo que Belerofonte había tratado de seducirla a la fuerza. El rey se puso furioso y no deseaba sino acabar con el joven corintio, pero tenía miedo de que los Dioses lo castigaran si faltaba a las leyes de la hospitalidad.
El hecho es que los griegos entendían que el extranjero que se encuentra en una comunidad foránea desprotegido de cualquier derecho necesita la alianza de un huésped que lo ampare, por lo tanto, el vínculo de la hospitalidad es sagrado para este pueblo, e implica someterse a deberes muy estrictos y hacerse muchos regalos.
Así pues, Preto sólo despachó a Belerofonte a casa de su suegro, el rey Iobates de Licia, con una carta sellada de recomendación. Iobates acogió al invitado según las reglas de la hospitalidad y le obsequió con unas fiestas de bienvenida que duraron nueve días. La mañana del décimo día el rey de Licia abrió el sobre cerrado que el huésped le había entregado. Éste decía: "Le agradeceré que pueda sacrificar al portador de este mensaje". No era precisamente una carta de recomendación.
Pero Iobates tampoco osó desobedecer las leyes de la hospitalidad. Al contrario, pidió al muchacho que diera fe del nexo que los unía procurándole el servicio siguiente: matar la fiera que asolaba a la comarca, la Quimera hija de Tifón y Equidna, un monstruo con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente que sacaba fuego por las muelas. Obviamente se trataba de una misión imposible. El rey de Licia no quería sino cumplir de manera indirecta el requerimiento de Preto, convencido como estaba de que la bestia se zamparía al chico.
Antes de hacer frente a la fiera, algo asustado, Belerofonte fue a consultar al adivino Polieides.
-Matarás la Quimera - le dijo el adivino - Lo harás con la ayuda de Pegaso, el caballo alado, que encontrarás en la Acrópolis de Corintio, tu ciudad natal.
Siguiendo los consejos del sabio, Belerofonte fue a buscar al animal. Aun así, no hubiera podido someterle si la misma diosa Atena no le hubiera entregado la rienda de oro con la que el muchacho consiguió domar a Pegaso.
A lomos del caballo alado, Belerofonte voló sobre la Quimera e intentó vanamente herir al monstruo a golpes de dardo. En un revés del combate, el guerrero insertó la punta de la lanza en la garganta de la fiera y, sorprendentemente, el aliento de fuego de la bestia fundió el plomo del arma, con tanta suerte que la Quimera tragó el plomo y el metal caliente le quemó los órganos haciendo que cayera abatida.
Esta victoria convirtió al chico en un héroe. Más adelante lucharía contra las Amazonas, las mujeres guerreras, y también las derrotaría. Empezaría a pensar que su lugar era el Monte Olimpo con los Dioses y esta arrogancia sería castigada por Zeus. Finalmente, el joven Belerofonte se convertiría en un vagabundo malherido y nostálgico. Pegaso, una constelación en el cielo.
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