sábado, 18 de junio de 2011

EROS Y PSIQUE. LA HISTORIA DE AMOR

Cupido y Psique

Es lo cierto que, según narra Apuyelo – escritor latino de la antigüedad que se interesó e incluso participó, en los rituales de los misterios de Eleusis – en su obra el Asno de Oro, Cupido se enamoro de una joven princesa llamada Psique. La muchacha era tan hermosa que hasta la propia Afrodita sentía celos y envidia de su belleza.

Los padres de Psique estaban preocupados porque, aunque la joven tenía muchos pretendientes, ninguno le pedía su mano. La extraordinaria belleza de Psique impedía a cuantos de enamoraban de ella hablarle de contraer matrimonio, pues todos temían ser rechazados. Pasado el tiempo ninguna nueva sucedía, así que los padres de Psique consultaron al Oráculo con la intención de que les aconsejara y les instruyera acerca de cómo casar a su hermosa hija.

La sibila del Oráculo les aconsejo que vistieran a Psique con traje de fiesta, y colgaran de su cuello collares de rojo coral y adornaran su brazo y muñecas con pulseras de oro, y después la llevaran hasta la cumbre de la montaña y. una vez allí, la abandonara.

Con gran dolor los padres de Psique cumplieron con las instrucciones del Oráculo, bañaron, perfumaron y untaron con aceites olorosos y suaves en el cuerpo de la joven, la vistieron con sus mejores galas, le colocaron un velo de novia y tras conducirla hasta la cumbre de una lejana montaña, la dejaron sola y a la intemperie.

Un idílico palacio

El viento bonancible que provenía del Oeste era siempre bien recibido por los antiguos pues, en su buena abundancia, siempre arrastraba tras sí buenos augurios, y mejores nuevas, que iba depositando en todos los lugares que atravesaban. Se le conocía con el nombre de Céfiro y estaba considerado, además como uno de los más fieles mensajeros de los dioses.

Según el relato del mito, psique se hallaba sola, llena de temor y temblando (pues el Oráculo también había predicho que un monstruo vendría a buscarla) en la neblinosa cumbre de aquella desconocida montaña a la que la había traído sus progenitores, cuando llegó el viento Céfiro (que cumplía una orden de Eros, deseos del amor) y, con suavidad, la envolvió entre su bruma para trasportarla hacia otro lado mucho más hermoso y luminoso; la muchacha tuvo miedo a los desconocido, no pudo resistir la impresión y se desmayo. Mas pasado un tiempo Psique despertó y no acertaba a salir de su asombro, pues se hallaba en una gran sala de paredes relucientes, adornadas con espejos de marfil y fino y pulido mármol. Acostada sobre el lecho de plumas, Psique aparecía con el semblante apacible y sereno; su cuerpo era todavía más hermoso que en todos los instantes anteriores de su vida.

La tranquilidad de aquel maravilloso lugar sólo era interrumpida por misteriosas voces que informaban a Psique ser sus sirvientes, y se ponían a su disposición. Cuando la muchacha quiso saber dónde se hallaba, ellos respondieron que estaba en el más hermoso de los palacios del mas grande de los amantes que hasta entonces hubiera conocido. Observó, también, una vez hubo salido de sus asombro, que ninguna de las puertas tenía cerradura, y que todas se abrían a su paso; por tanto, considero Psique que no se hallaba prisionera, lo cual la reconfortó de forma considerable.

Nido de amor

Muy poco duraba el día en aquel suntuoso palacio y, cuando llegó a la noche, y ya la hermosa joven se había recogido a sus aposentos, sintió junto a ella la presencia sutil de caricias y la colmó de ternura: era Eros, el dios del amor.

Ante las preguntas de Psique sobre su personalidad, Eros rogó a la hermosa muchacha que se conformara con gozar de su presencia y con estar a su lado, pero que no tratara de develar el misterio de su vida. No obstante la recomendación mas encarecida de Cupido a su amante Psique, fue que no tratara de ver jamas su rostro pues de lo contrario, se rompería todo lazo entre ambos y una gran desdicha los alcanzaría.

Eros siempre abandona aquel nido de amor cuando llegaba el alba y, aunque a Psique le hubiera gustado tenerle a su lado durante todo el día, respetaba las razones de su misterioso consorte y no le pasaba por la mente desobedecer las recomendaciones de aquél.

Había transcurrido tiempo desde que la joven Psique saliera de la casa de sus padres. Un buen día, le entraron ganas de visitarlos. En cuanto tuvo ocasión, se lo consulto a Eros, pero el dios del amor desaprobó la pretensión de su compañera. Más dado que los argumentos de Eros no convencían a la hermosa muchacha o, mejor dicho, Psique no escuchaba de labios de Cupido razón alguna que la persuadiera de su deseo, volvió a insistir sobre la conveniencia de viajar hasta la casa de sus progenitores. Cedió por fin Cupido, y su joven y bella amante fue a visitar a su familia.

El encuentro

No bien hubo llegado Psique a la casa de sus padres, cuando su familia estaba esperando a la hermosa muchacha para agasajarla y oír directamente de sus labios todo lo que hasta entonces habían considerado rumores infundados.

Sus progenitores repararon en que el aspecto de la joven era aún más radiante que antaño. Cuando les cupo la obligación cruel, deriva de la consulta al Oráculo, de abandonarla en un lejano e inaccesible monte.

Sus padres y sus hermanas se alegraron de ver tan sana y tan llena de vida a la bella Psique, y se maravillaron de todo cuanto le había acontecido; escuchaban con gran atención los diversos relatos que la joven iba hilvanando de forma espontánea y sus hermanas (acaso por la envidia que iba naciendo en ellas al oír de labios del Psique los detalles de cuanto acontecía) Incitaron a la muchacha a que viera el rostro de su esposo, y le argumentaban que seguramente no se dejaba ver porque tenía una cara monstruosa y horrorosa, tal como ya había adelantado el oráculo en su mensaje.

Dolida e instigada por los torcidos juicios de sus hermanas, Psique aceptó la lámpara que ellas le dieron y prometió encenderla en el momento oportuno para, así develar de una vez por todas, aquella especie de secreto que su querido amante guardaba ten celosamente. Además, ya Psique estaba harta de pasar el día a solas, sin la dulce compañía de su esposo, y pensaba que, si veía su cara, lo obligaría a permanecer todo el día en el suntuoso palacio que les servía de morada. El amor que Psique sentía por Eros avivaba en ella el deseo de verde a la luz del día, de fijar sus ojos en su figura, la cual se le antojaba a Psique muy hermosa.

Inesperada visión

Llego el día de su partida y la hermosa muchacha se despidió de los suyos entre bromas, y les aseguró que siempre los llevaría en su recuerdo. No sin cierta zozobra, emprendió el largo camino hasta el palacio de su misterioso esposo. Aún era de día cuando llegó, por lo que sólo los sirvientes salieron al encuentro de Psique. La joven se encerró en su aposento a la espera de la llegada de la noche, que le traería el más valioso de los regalos, es decir, la presencia de su querido esposo Eros, al que ya la joven Psique echaba mucho de menos.

Efectivamente, con inusual precisión, en cuanto al Sol llegó a su ocaso y la sombras de la noche se extendieron por doquier, la hermosa muchacha sintió a su lado la presencia calidad de su querido esposo que, pleno de ternura, le mostraba una vez más las mueles del amor. Pasaron los primeros momentos de fogosidad y la calma vino a adueñarse de ambos amantes; más mientras unos dormía felizmente satisfecho, el otro fingía descansar.

Pasó un tiempo prudente y Psique, decidida a llegar hasta el final con su plan, encendió la lámpara que sus hermanas le había reglado, dirigió la mortecina luz hacia el lado en el que dormía su confiado esposo y, al momento vio junto a sí una especie de aparición; el bien formado cuerpo y el hermoso rostro de uno de los más jóvenes y bellos efebos que imaginarse pueda. Nerviosa y aturdida, ante la inesperada visión. Psique no pudo evitar que de la lámpara cayera un gota de aceite hirviendo que fue a estrellarse en la misma cara de Eros. El dios del amor despertó al punto y desapareció como por ensalmo.

El monstruo del Amor

Desde el mismo instante en que Psique vio la cara de Eros ya no volvió a tener ocasión alguna de momentos de dicha ni de felicidad. Ya no vivió en el antiguo palacio, ni le sirvieron doncellas y, lo que resultó aun peor, perdió a su amor que no era otro que el Amor con mayúscula, es decir, un monstruo, como el propio oráculo había predicho, pues la abandonaba a vivir solitaria quien previamente le había enseñado la dulzura de vivir en compañía.

El mito narra que, después de los desafortunados suceso reseñados, la joven Psique se vio sola y vagando por el mundo sin que nadie la ayudara en su infortunio. La propia Afrodita diosa del Amor que siempre había sentido celos por la hermosa muchacha, aprovecho esta ocasión que le brindaba el destino y obligó a Psique a realizar tareas y trabajos desagradables, duros y difíciles para que su hermosura de ajara y se agotara

De este modo, la hermosa Psique se vio sometida a vejaciones tales como perseguir carneros salvajes para esquilarlos y cardar e hilar su lana; hacer montones con semillas de diferentes plantas para, a continuación, separarlas por clase y especias; llenar de agua pesados cántaros y voluminosas ánforas en fuentes guardadas por gigantescos monstruos que espantaba con sus bocanadas de fuego a toda criatura que osara acercarse….

El oscuro reino del Tártaro

Con todo, la más desagradable tarea que Afrodita impuso a Psique consistió en obligar a la muchacha a bajar al Tártaro a los dominios abismales de Hades, para recoger de manos de Pérsefone (esposa a la fuerza del dios del mundo subterráneos) el frasco de la Juventud que, en ningún caso, debería abrir su portadora, ni tampoco aspirar sus esencias.

Cuando ya estaba en el camino de vuelta, y apenas acababa de traspasar las puertas de Tártaro, la muchacha no pudo resistir la tentación y abrió el frasco de las esencias; al instante se espacio por el aire un extraño perfume que tenía la propiedad de adormecer a toda criatura viviente. La propia Psique sufrió aquellos nefastos efectos y, en unos momentos, quedó sumida en un profundo sueño del que nunca despertaría por sí misma. Fue entonces cuando Eros, quien todavía seguía enamorado de ella y la había perdonado, acudió en su ayuda y al verla dormida, limpio el sueño de sus ojos y la despertó, después voló al Olimpo a fin de rogar al poderoso Zeus que le permitiera hacerla su esposa.
 
Aunque Psique pertenecía a la raza de los mortales, el rey del Olimpo concedió a Eros los favores que pretendía, y el dios del amor se casó con la hermosa Psique que, desde entonces, gozó de los encantos de la presencia de Cupido y alcanzó la inmortalidad. Asimismo, y por mediación del propio Zeus, la bella diosa Afrodita se reconcilio con Psique quien junto con Eros tuvieron una hija llamada Placer, o Voluptas, en la mitología, romana.

martes, 7 de junio de 2011

ANQUISES Y AFRODITA. El príncipe Anquises


Los himnos homéricos recogen el episodio mitológico de los amores de Afrodita con el joven y mortal, Anquises, príncipe de Troya. Hallándose el joven Anquises en el monte Ida vio acercarse a una hermosa muchacha. Venía vestida con los ricos ropajes de una reina, adornada de joyas que relucían más que el oro y la plata. Todo su cuerpo exhalaba un perfume fino embriagador… Saludó la recien llegada. Habló y dijo que iba de paso hacia las tierras del Helesponto y Frigia, de donde era princesa.

Anquises quedó prendado de la hermosura de la muchacha, y cuando oyó su voz le pareció tan clara u suave como las aguas de los arroyos de los manantiales que nacían en la cima de las montañas y resbalaban hasta el valle.

Anquises invitó a la joven a entrar a su cabaña y al contemplarla desnuda se prendo más de ella. Los dos amantes retozaron durante toda la noche en un lecho de pieles, y cuando en la mañana siguiente, Anquises despertó, la hermosa joven le reveló que ella era, en realidad, la diosa Afrodita, y que debía mantener secreto que se había acostado con ella. Pasó el tiempo y Anquises, con ocasión de una borrachera entre amigos, celebrado en su palacio, alardeó de que se había acostado con la diosa Afrodita, y al momento Zeus envío su fulminante rayo contra el indiscreto joven, pero Afrodita lo desvío para que no alcanzara se lleno a Anquises, aunque le pasó tan de cerca que quedó maltrecho y debilitado para siempre.


De esa noche de amor entre Anquises y Afrodita nació el gran héroe Éneas, cuyas acciones y gestas narrará el gran poeta latino Virgilio en su obra la Eneida.

Finalmente, se cuenta que, tras desatar una tormenta para ocultarlo, los dioses transportaron el héroe Eneas al cielo y lo sentaron en el trono de los inmortales.

AFRODITA Y ARES

La red de Hefesto

En la isla de Chipre siempre estuvo Afrodita acompañada por el Deseo y el Amor, de manera que, tanto los héroes inmortales como los dioses, se sintieron atraídos por los encantos de la hermosa y seductora diosa. Más, entre los dioses, quienes de continuo se veían con Afrodita era Ares, el impetuoso dios Marte de los Romanos.

En el lecho de su palacio de Tracia, retozaba con Afrodita, siempre que se les presentaba la ocasión, por la infidelidad de la diosa no tardó en ser descubierta por su esposo, el herrero Hefesto, quien, no pudiendo soportar tamaña burla y semejante deshonra, trazó un plan para sorprender a los amantes.

Narra Ovidio, en su obra Metamorfosis, que fue el sol quien descubrió los amores de Afrodita y Ares, y que enseguida puso al corriente a Hefesto, el cual, al conocer la infidelidad de su esposa y el engaño del dios Ares, se sintió ultrajado y dolido que ideo un artilugio, una especie de red con cadenas, para atrapar y escarmentar a los dos adúlteros.  

Así pues, Hefesto empezó por fabricar un artístico dosel para el lecho de sus esposa, sustentado por cuatro pilares, de oro cincelado y cubierto y adornado con cortinajes de terciopelo. A Afrodita le agradó la obra de Hefesto, y en prueba de ello, se acostó con su esposo y le colmó de tanta dicha durante toda la noche de amor que el dios del fuego casi desiste de seguir adelante con su propósito.

Mas, pasados los primeros instantes de arrobamiento, Hefesto se prometió a si mismo poner en práctica la segunda parte del plan que se había trazado y, sin más dilaciones, fabrico una red irrompible y sólida de mallas de bronce, la ensartó sobre los extremos de los doseles del lecho de su esposa y la cubrió con los cortinajes de terciopelo. Todo estaba preparado y a punto: el peso de más de un cuerpo sobre la cama haría que la red se desprendiera y cayera.

Así pues, cierto día, Hefesto le comunico a la hermosa Afrodita que estaría ausente de su fragua durante varias jornadas, ya que tenía que realizar con urgencia un viaje a la isla de Lemnos. Tal como Hefesto suponía, su astuta esposa fingió un pretexto para no acompañarlo y, en cuanto el dios del fuego se alejo. Afrodita envió un recado a Ares, su amante, pidiéndole que viniera a reunirse con ella.

Cual dos enamorado primerizos, Ares y Afrodita se hallaban desnudos en el lecho de la diosa de la belleza; estaban tan ensimismados con sus juegos amorosos que no repararon en la trampa que les había tendido Hefesto hasta que, de improvisto, una pesada red metaliza callo sobre ellos y los atrapo entre sus mallas, tan solidas y robustas que ni siquiera el poderoso dios de la guerra pudo quebrarlas.

Entonces apareció ante ellos Hefesto, al momento, mandó a un mensajero hasta el monte Olimpo para que todos los dioses vinieran y comprobaran no solo la infidelidad de Afrodita, sino también del impudor y la voluptuosidad del dios Ares.

El ruego de los amantes


Ares, el dios de la guerra, estaba dotado de gran poder y fortaleza pero, por mas que lo intentó, no fue capaz de partir, ni siquiera pudo mellarlo o doblarlo, el metal de bronce que Hefesto había empleado para fabricar aquella pesada red entre cuyas mallas permanecía, junto con su amante, enredado e inmovilizado

Afrodita y Ares no cesaban de rogar a Hefesto que los soltara, pero, en presencia de Zeus, el dios Rey del Olimpo, que había acudido con prontitud a la llamada del herrero de los dioses, y que contemplaba la escena en compañía de Poseidón, Hermes, Dionisio y otras deidades, el dios del fuego les hizo jurar que antes tenían ambos que devolverle la honra; y su esposa, en particular, debía restituirle todos los regalos que le había dado durante el tiempo que vivieron juntos, así como el monto de la dote que aportó al matrimonio el día de la boda.


Poseidón el dios de las aguas, se dirigió a los dioses presente en la alcoba de Afrodita y, tras mirar sin disimulo el tentador cuerpo desnudo de la diosa de la belleza, habló con voz enérgica; y argumento que debía ser Ares quien pagara el dinero de la dota que reclamaba Hefesto. Salta a la vista, señalo Poseidon, que es el dios de la guerra quien está atrapado en esta red y quien ha cohabitado con Afrodita y paladeado las mieles del hermoso y atractivo cuerpo de la diosa durante muchas noches, más de las que podemos imaginarnos.

Al tiempo que hablaba, Poseidón golpeaba con su tridente la red metálica que mantenía atrapados a los dos incautos amantes, Afrodita y Ares, y que había fabricado Hefesto.

Mas dado de Hefesto estaba muy enamorado de su bella esposa, el episodio termina con le perdón, la paz de nuevo el mutuo entendimiento entre ambos, la diosa del amor y el dios del fuego.

Ares, el dios de la guerra una vez librado de la red de bronce que lo aprisionaba, partió para su palacio de Tracia y no volvió a ver a la diosa Afrodita.

AFRODITA Y ADONIS. El Jardín de Adonis

Las joyas más vistosas que creaba Hefesto en su fragua se las regalaba a su esposa, la diosa Afrodita, de manera que su hermosura siempre resaltaba sobre todas las deidades.

La divinal Afrodita no rechazaba nunca regalo alguno de su esposo, pero pasaba los largos y cálidos días de astío en compañía del joven efebo Adonis (hijo de la relación incestuosa de una doncella llamada Mirra con su propio padre) de quien estaba enamorada.

Todos los años, en el solsticio de primavera, cuando la tierra se llenaba de luz y vida, la diosa Afrodita, apenas cubierto su cuerpo con un vestido de gasa y seda transparente, salía corriendo al campo y se sentaba en lo alto de la colina cercana al mar para esperar a su amado Adonis, que venía de pasar el invierno en el sobrio mundo subterráneo del reino de Hades, aunque en la deleitosa compañía de la joven Persfone, esposa del dios de los infiernos

El mito narra que Ares, dios de la guerra, era amante de Afrodita, y sentía celos de Adonis, por lo que tras seguirlo cuando caminaba por el bosque, se personifico en un fiero jabalí que descuartizó con sus colmillos al muchacho.

Desconsolada la hermosa Afrodita, lloró con gran sentimiento la muerte de Adonis, y al caer en tierra sus lágrimas, y mezclarse con la sangre de su amado, el suelo se abrió y brotó una flor blanca que brillaba como una estrella. La diosa llamó anémona de los bosques a esa flor tan delicada y, desde entonces hasta nuestros días, cuando llega la primavera, la colina del monte Líbano, el lugar donde la hermosa Afrodita esperaba a su amado, se cubre de tupido manto de hierbas silvestres y de flores olorosas es el Jardín de Adonis… donde crece el árbol de mirra