¿Díganme si existe un Dios más tenebroso que éste?, dios de lo subterráneo, de la oscuridad, de las sombras y de la muerte. Su reino, el más terrible y el menos envidiable. Custodiado por Caronte, el barquero que trasportaba a las almas del mundo de los vivos hasta al inframundo…
PLUTÓN, Dios del Inframundo
Arcadia, Lo contrario del Tártaro…
Hay un hermoso cuadro del pintor XXX en el que aparecen varios personajes enmarcados en un escenario idílico y maravilloso. Se trata de un lugar utópico y deseable llamado Arcadia; un lugar que el artista recrea con su arte, su dominio de las formas y el color y, claro está, al afluencia, el añadido de su imaginación, lo cual no nace de la nada, sino de ese manantial inagotable que es la mitología,
No es seguro que exista en realidad ese lugar utópico e idílico llamado Arcadia, pues no hay que olvidar que, precisamente, el término utópico se deriva de Utopía, que quiere decir “no hay lugar”
Utopía era una isla salida de la imaginación del gran pesador inglés Tomás Moro, quien describe en su ya famosa obra la existencia de un lugar de gran belleza natural habitado por unas personas felices, que viven sin conflictos ni temores, ajena al dolor y las miserias de este mundo.
Sin embargo, antes de que Tómas Moro escribiera su sugerente libro titulado Utopía, ya los hombres de la antigüedad clásica hablaban de un lugar m mítico al que llamaban La Arcadia. Un lugar que muchos artistas de todos los tiempos tomaron como fuente de inspiración para realizar sus obras.
Ese idílico lugar, estaba habitado por el dios pan y por los pastores y pastoras que llevaban una vida bucólica y dichosa.
Acaso puede haber dudas de la existencia real de tan paradisiaco lugar, pero, sin embargo cada unos de nosotros lleva dentro de sí ya que todas las personas guardan en su interior el recuerdo de instantes únicos y maravillosos, acaso fugaces, asociados a un lugar querido y puede ser que idealizado, pero siempre único.
Pues bien, en el mundo clásico no sólo existían lugares como Arcadia, sino que también había lugares oscuros y sombríos situados en el mundo subterráneo, más debajo de los propios infierno. Estos lugares de perdición estaban gobernados por el dios Hades, o Plutón, de los romanos, señor de las sombras y del mundo oscuro.
Cuando tras vencer al titán Cronos, los dioses se repartieron el cosmos a Hades, le correspondió el gobierno del mundo subterráneo y oscuro, esto es el Tártaro, mientras que a sus hermanos Zeus, y Poseidón les tocó en suerte la tierra entera, y las aguas respectivamente.
El rapto de Perséfone
Al contrario de lo que ocurría en la Arcadia, aquí en el reino de Hades, las personas sufren castigos sin cuento y su dolor no encuentra consuelo. Por eso nadie quiere estar dentro del Hades más que el tiempo mínimo para cumplir una misión. El rey del mundo subterráneo, no tiene sensibilidad ni se anda con miramientos en su trato con las criaturas o los héroes mortales; hasta raptó a su propia mujer cuando estaba recogiendo flores en el campo y la obligó por la fuerza a casarse con él. La esposa de Hades ciertamente, era Perséfone una hermosa e inocente muchacha que, cuando se encontraba paseando y en compañía de doncellas y amigos, se encontró de repente ante la presencia de Hades que había subido a la superficie de la tierra para observar a las hijas de los mortales y, como se prendara de la muchacha que tenía junto a él, pidió a los padres de de la joven que le permitieran llevársela con él al Hades para hacerla su esposa.
Los padres de Perséfone eran Zeus, dios Rey del Olimpo, y Deméter, la diosa de los campos y de la abundancia de las cosechas. El dios Rey del Olimpo dios su consentimiento a la boda de Hades y Perséfone, pero Deméter se opuso al casamiento de su hija con el dios del inframundo, por lo que, un día que la joven recogía flores en el campo y jugaba y cantaba con sus damas de compañía y amigos, Hades la raptó sin contemplaciones y se la llevo al mundo subterráneo, al Hades, donde enseguida se casaron.
El relato del mito habla de que fue el bondadoso consejero Euboleo quien le dijo a Deméter cómo había visto a Hades raptar a su hija Persfone.
Según la leyenda Euboleo estaba en un encinar, cuidando una manada de cerdos, de ahí que se le conozca con el nombre de “Euboleo el porquero” cuando un ruido ensordecedor llamó su atención. Observó que el cercano valle, hasta entonces pleno de colorido y belleza, cubierto de tupida hierba que, que cubría de flores silvestres que ahí resaltaban, se comenzó a trocar oscuro y gris. Entonces, vio que la tierra se abría para formar un enorme agujero que crecía por momentos, y que engullía con ansiosa voracidad todo cuanto encontraba a su paso: flores, hierbas, árboles…Hasta la piara de cerdos de Eubuleo se la tragó la tierra.
De su hondura cavernosa surgió como por ensalmo, una reata de negros corceles enganchados, todos ellos, a una carro chirrión conducido por un ser con figura de hombre y de cabeza invisible. Apenas transcurrieron unos instantes y ya las caballerías volvían grupas adentrándose en el oscuro pozo por donde acababan de salir. Pero el carro llevaba una preciada carga que su misterioso conductor sujetaba con fuerza. Se trataba de una muchacha que lloraba y gritaba llamando a su madre. Acababa de tener lugar un hecho mitológico que pasaría a la historia con el nombre de “El rapto de Persfone”.
Euboleo, el unido testigo, sabría más tarde que Hades, el rey de los abismos subterráneos conducía el carro que trasportaba a la desdichada joven Perséfone hasta sus terribles dominios. Y cuando Deméter, madre de la infortunada muchacha, pasó por aquellos lugares buscando a su hija Perséfone, Euboleo le contó cuanto había visto.
Sin perder un instante, Deméter pidió a los dioses del Olimpo que intercedieran ante Hades para que el dios del inframundo le devolviera a su hija. Los dioses se reunieron para dictaminar y, con Zeus a la cabeza, acordaron que Perséfone permaneciera la mitad del año en compañía de su madre Deméter, en la superficie de la tierra.
Cuando Perséfone subía a la tierra empezaba la Primavera , y cuando bajaba al Hades se acababa la estación de las flores, y del estío comenzaba el invierno. De esta manera casa año se renovaba la naturaleza y todas las criaturas que habitaban sobre la superficie de la Tierra.
Plutón el Rico
Los antiguos romanos atribuían al dios del Hades y del mundo subterráneo la riqueza hallada en las minas y en las cuevas horadadas en el subsuelo para encontrar minerales y metales nobles, por lo que asociaban al dios Plutón con las riquezas y la abundancia.
Mas, la historia del dios del mundo subterráneo empieza, precisamente, en la oscuridad del vientre de su padre Cronos que, nada mas nacer tragó a su hijo Hades, ya que tenía miedo que confabulado con sus hermanos Zeus y Poseidón, le arrebatara el trono, lo cual, en efecto, sucedió, ya que, tal como narra el mito, cuando nació Zeus, su madre, Rea, esposa de Cronos, lo escondió, de manera de que aquel niño llamado Zeus arrebataría el trono a su padre y se repartiría el gobierno del mundo y del cosmos con sus dos hermanos.
En su origen, el vocablo Hades era asociado al yelmo, casco o coraza que los Cíclopes le regalaran al dios del averno y de los abismos. Yelmo, que, según la leyenda, había sido confeccionado con la pelleja de un perro: y, puesto, que además, tenía la curiosa cualidad de volver invisible a su poseedor, se convino en señalar que el nombre Hade encerraba un significado como “el que se torna invisible” o “el invisible”
No obstante, ya la propia palabra Hades era, para los antiguos, como una especia de tabú que encerraba un ignominioso y oculto secreto, por lo que evitaban pronunciar tal nombre por temor a caer en desgracia ante el más temido de los dioses, esto es, ante Hades. De este modo surgieron numerosos eufemismos para invocar al dios de los abismos del Tártaro. Entre ellos podemos destacar aquel derivado de las entrañas ocultas de la tierra, y de sus propias riquezas minerales. Puesto que Hades gobernaba en todos los lugares oscuros y siniestros, se le reconocía como dios de la riqueza escondida en el subsuelo y, en consecuencia, se le llamaba “Pluto el Rico”
Lagos y ríos apestosos
Así pues, el dios de las tinieblas tenía su sede en un lugar oscuro llamado Hades, o Tártaro, al cual se llegaba atravesando la Laguna Estigia en la barca de Caronte.
Más también había otras aguas, sin duda aguas turbias, ríos y lagos que la mitología clásica asociaba a los dominios y reinos del dios del mundo oscuro.
Esos reinos y dominios de perdición se hallaban surcados por ríos salpicados de lagos, a cual más profundo y apestoso. Cada uno de ellos tenía sus propias peculiaridades y características. En todo caso, basta recordar el extraño río que los antiguos llamaban Flegetón, cuyo caudal estaba compuesto por fuego y rocas que chocaban entre sí, para producir un ruido espantoso. Y qué decir, asimismo, del popular río Arqueronte, cuyas riberas se poblaban de criaturas, desoladas en espera del juicio.
Pero, sobre todo, vale la pena abundar en el conocimiento de la legendaria laguna Estigia, con sus profundidades abismales llenas de misterios y secretos. En sus aguas, la nereida Tetis, ninfa de los mares y los océanos, baño a su hijo Aquiles para hacerlo invulnerable, y lo sujetó del talón. La tradición mítica, no obstante, aclara que este valeroso héroe moriría a consecuencia de una flecha que Paris le clavaría en el único punto vulnerable de su cuerpo, es decir en el talón, desde entonces, se ha incorporado al patrimonio lingüístico de la humanidad una frase cargada de connotaciones, y que todos conocemos: El talón de Aquiles
Las heladas aguas de la laguna Estigia tenían, además, la propiedad de obligar a las deidades a resolver sus posibles conflictos y diferencias sin cometer perjurio. Cuentan las antiguas crónicas que Iris era la encargada de recoger el agua subterránea y transportarla en una jarra de agua hasta el Olimpo. Si lo dioses juraban por el agua de la laguna Estigia” y no cumplían sus promesas, les sobrevendría un cruel castigo; se les privaría del néctar y la ambrosía y durante un largo periodo de tiempo no podrían vivir en el Olimpo.
También se decía que toda pieza metálica, o de cerámica arrojada a la laguna Estigia, se rompía en pedazos y únicamente los cascos de los caballos resistían su efecto destructivo. Además, sus pestilentes aguas exhalaban un hedor venenoso y letal para los mortales
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