domingo, 24 de octubre de 2010

HERA, LA REINA CONSORTE DEL OLIMPO

Como todo soberano el rey Dios del Olimpo, a pesar de que sabemos que las mujeres nunca le faltaron, necesita de una reina que le ayude a gobernar el mundo, y no cualquier reina, tenía que ser una diosa, entonces pues, aqui les presento a su esposa...

Hera
 JUNO, Diosa Reina del Olimpo

 Hera fue seducida por Zeus cuando el dios del rayo y el trueno la vio caminar sola por el campo, sin la compañía de otras diosas ni de las hijas de los héroes mortales.

Zeus provoco una tormenta y la hermosa Hera corrió a guarecerse de la lluvia bajo una encina, se sentó en una piedra y vio junto a ella, entre la hierba, un cuclillo (pajarillo menor que la tortola) que temblaba de frío. Sus alas estaban mojadas y no podía volar. De manera que la diosa Hera lo cogió con suavidad, y lo tapo con su vestido. Entonces, he aquí que el delicado cuclillo se transformo de repente en el dios Zeus y cubrió a la diosa Hera.

Zeus se había convertido en cuclillo para acostarse con Hera y tras conseguir sus propósitos, debía casarse con ella. Así pues, todos los dioses del Olimpo, al igual que los héroes y los mortales, se prepararon para celebrar la divinal unión, el casamiento de Zeus y Hera, la hierogamia, las bodas sagradas.

Boda en el monte Ida

Entre los montes Prono y Trónax, en el país de los argivos, se extiende una verde meseta cubierta de hierba y heno, cuyos tallos, plagados de florecillas azules y malvas, mece el viento Céfiro mientras el ambiente se llena de sutiles fragancias que traspasaban el aire y llegan hasta el monte Olimpo,  donde las más bellas diosas se engalanan u cubren sus atrayentes y cautivadores cuerpos con leves vestidos de gasas y telas de ensueño para asistir a la boda de Hera y Zeus.

Cupido el dios del amor, va subido en la carroza de plata que engalanada de guirnaldas y azucenas, transporta a la divinal pareja.
Todos los dioses están invitados a la suntuosa ceremonia, celebrada en lo alto del monte Ida, y entregan sus presentes a los recién casados, Gea, la Tierra, que acogía bajo su manto las raíces de todas las especies de árboles y plantas, le ofreció a Hera el dorado fruto de las manzanas de oro.

La diosa ordenó que llevaran tan singular presente al Jardín de las Hespérides que sembraban las semillas de las manzanas de oro en el fértil limo de la rivera del río que atravesaba aquel recoleto jardín, de cuyas límpidas aguas bebían los caballos del Sol a mediodía, cuando ya habían recorrido la mitad del Cielo, y que los primeros brotes fueran trasplantados a la tierra más feraz del jardín.

Tiernos brotes dorados

Los deseos de Hera se cumplieron y, en cuanto asomaron a la luz los primeros brotes, las Hespérides los arranaron con suavidad y los plantaron con mimo en un recoleta zona del jardín, orientada a poniente y bañada por los primeros rayos del sol, donde la superficie de la tierra labrada, resguardada tras la mole de las montañas de Atlas, era oreada de continuo por la brisa contenida de los cuatro vientos hermanos, Céfiro, Bóreas, Noto y Euro, enviados por Eolo, el dios de los vientos que tenía su morada en las islas volcánicas de la región, de Lípari.

Céfiro, el viento del Oeste, que venía desde las Islas Afortunadas cargado de flores que esparcía por el camino, soplaba hasta la puesta del Sol en el Jardín de las Hespérides para que, llegada la noche, los tiernos brotes reposaran.

Bóreas, el viento del Norte, enviaba su húmeda y fresca brisa para que la tierra concervara el tempero.

Las cálidas ráfagas de Noto, el viento del Sur, llenaban de claridad el ambiente y acrecentaban el brillo de los enhiestos tallos.

Euro, el viento que sopla del sudoeste, venía envuelto en vaporosa bruma y traia consigo las nubes blancas hasta el jardín de las Hespérides para cubrir las delicadas yemas con su manto protector.

Así pues, los delgados rallos enseguida prendieron, crecieron y se convirtieron en un árbol de grueso tronco, ramas frondosas y frutos dorados y abundantes, de manera que la diosa Hera envio un dragón para que protegiera su preciado fruto. Sin embargo un día llegó el gran héroe Hércules al Jardín de las Hespérides y tras pedir ayuda al gigante Atlas, y sostener a cambio el mundo durante apenas unos instantes, robó las manzanas de oro y escapó.

Protectora del matrimonio

La diosa Hera no sólo se sentaba en el trono del Olimpo en lugar preferente, ya que su rango era igual al de Zeus, e incluso superior, aunque siempre acataba las decisiones del padre de los dioses, sino que también se le consideraba protectora del matrimonio, y su belleza y hermosura no tenían parangón.

Sin embargo, el príncipe troyano París, elegido para que decidiera cuál de las tres diosas, Hera, Atenea o Afrodita, era la más hermosa, sentenció que nadie, ni deidad ni mortal, igualaba la belleza de la divinal Atenea o Venus. Este episodio, que se conoce con el nombre de Juicio de Paris, desencadenó, junto con el rapto de la joven Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, la guerra de Troya.

Hera se enfureció con el príncipe Paris, pues, como se supo más tarde, Atenea le había ofrecido a cambio su ayuda para conquistar por todos como la más bella de las mujeres mortales.

También Hera y Atenea habían intentado sobornar a Paris, ya que la primera le ofreció al joven príncipe reinar sobre los continentes de Asia y Europa, mientras que la segunda le prometió que seria su aliada que obtendría la vitoria frente a los troyanos.

Así pues, tras el veredicto a favor de la divinal Atenea (Venus), Hera, y Atenea se enfurecieron y se pusieron de parte de los griegos en la guerra de Troya, y que no pararon hasta conseguir la destrucción y la quema de la ciudad.

Sin embargo el príncipe Paris no estaba enamorado de Helena, la bella esposa del rey de Esparta, sino que amaba en secreto a una hermosa joven llamada Enone, ninfa de las fuentes, de la que también se había prendado el dios de Apolo, del que aprendió el modo de curar, las enfermedades, y a la cual la había concedido la diosa Hera el poder de profetizar y predecir el futuro…

Enone era hija el dios río Eneo, y su hermosura sorprendía a los caminantes que se paraban a beber en los manantiales y fuentes de la región de Frigia, donde moraba en compañía de otras ninfas y nereidas.

El mito narra que la ingenua y hermosa Enone fue seducida por Paris y aceptó casarse con el príncipe troyano quien, pasados los primeros momentos de entusiasmo y arrobo junto a su candorosa esposa, la abandonó. La infeliz ninfa, invadida por la tristeza, se retiró a lo más oculto del bosque para vivir en soledad.

Pasó el tiempo, la guerra de Troya duraba ya diez años, y sus principales contendientes, el rey Menelao y el príncipe Paris, decidieron acabar de una vez por todas con las cruentas batallas que se libraban entre los contendientes batallas que se libraban entre los contendientes de ambos bandos, de manera que se enfrentaron cuerpo a cuerpo.

Cuando todo parecía perdido para Paris, ya que le rey Menelao estaba a punto de vencerle, la diosa Atenea ayudó al príncipe troyano para que pudiera escapar de la ira de su adversario.

Atenea cubrió con una esposa niebla el campo de batalla y todo el ambiente se llenó de oscuridad, entonces rescató a Paris y lo llevó de nuevo a Troya para que estuviera protegido y a salvo tras las murallas de la ciudad. Mas, en un descuido, uno de los arqueros griegos lo hirió gravemente, por lo que Paris fue llevado hasta donde moraba la ninfa.

Enone para que, utilizando sus poderes de sanadora, le curara sus heridas. Pero la ninfa Enone, que aun recordaba el daño que le había infligido Paris al abandonarla, no quiso curar a quien fuera su esposo y el joven luchador, el valiente príncipe de Troya, murió.

Cuando Enone se enteró del luctuoso suceso le embargo una gran tristeza y, al no poder superar su enorme pena, corrió hacia el corazón del bosque y, en un lugar oculto y solitario, se ahorcó.

Madre de los dioses

Al igual que la belicosidad de sus accione en la guerra de Troya, también la relación de Hera con su esposo Zeus estaba llena de altibajos, como cualquier matrimonio, y se producía un sinfín de altibajos y le producían un sinfín de disgustos, amarguras y sinsabores. Los celos la consumían, ya que el dios Rey del Olimpo tenía de continuo aventuras con cuantas diosas, mujeres mortales, e incluso efebos de gran hermosura, encontraba en sus continuas correrías por el ancho mundo.

La diosa Hera, hija del titán Cronos y de Rea, la madre de los dioses, no podía soportar las infidelidades y desplantes de su esposo sin que le asaltaran momentos de ira y desaliento, por eso a veces perdía a otros dioses del Olimpo que le ayudaran.

Más, ninguno de los dioses osaba enfrentarse a Zeus, el poderoso Rey del Olimpo, ya que todas las deidades le debían obediencia.

Hera, en su afán de lograr que su esposo le fuera fiel, acudió a la ribera del rio del olvido, el Leteo, lugar donde moraba el dios del sueño, y esperó a que llegara la noche. Entonces salió de su refugio Hipnos, el sueño, despertó de su letargo, y antes de volar raudo por entre la oscuridad de la Noche en busca de la voluntad de los mortales, oyó la voz de Hera que le pedía ayuda:

¡Oh sueño rey de todos los dioses y de todos los hombres! Si en otra ocasión, escuchaste mi voz, obedéceme también ahora y mi gratitud será perenne.

Adormece los brillantes ojos de  Zeus debajo de sus parpados, tan pronto como vencido por el amor, se acueste conmigo. Te daré como premio un trono hermoso, incorruptible, de oro; y mi hijo Hefesto, el cojo de ambos pies, te hará un escabel que te sirva para apoyar la nítidas plantas, cuando asistas a los festines.

Respondióle el dulce Sueño ¡Hera, venerable diosa, hija del gran Cronos! Fácilmente adormecería a cualquier otro de los sempiternos dioses, y aún a las corrientes del río Océano, que es el padre de todos ellos. Pero no me acercaré no adormecer a Zeus si él no lo manda

Sueño, amor y deseo

la negativa del Sueño parece tajante, pero Hera lo convence usando toda su suspicacia. Se daba el caso, y era un hecho de todos conocido, que le Sueño pretendía a la bella Pasítea (la más joven de las tres gracias) y, por su posesión, el sueño haría cualquier cosa. Hera le prometió que sus deseos serian satisfechos. Pero el Sueño se lo hizo jurar. “Jura por el agua sagrada de la Laguna Estigia, tocando con una mano la fértil tierra y con la otra el brillante mar, para que sean testigos los dioses que gobiernan los reinos subterráneos de tártaro, y que están en las oscuras regiones donde habita Saturno, el dios de los infierno, que me darás la más joven de las Gracias, la hermosa Pasítea, cuya posesión constantemente anhelo.

Hera cumplió con los requisitos exigidos por el Sueño, y poniendo por testigos a los dioses que este le había obligado a nombrar, juró que cumpliría su promesa, la cual consistía en interceder ante la bellísima Pasítea a favor el enamorado Sueño.

Pero antes, de que el poderoso Zeus fuera vencido por el Sueño, era necesario además que las mieles del amor de Hera contribuyeran a incrementar el sopor de aquél. Para ello, la sagaz diosa pidió a Atenea “el amo y el deseo con los cuales rindes a todos los inmortales hombres”. La diosa del amor, accedió al ruego de Hera y acto seguido se desató del pecho el cinturón bordado, que encerraba todos los encantos hallándose allí el amor, el deseo, las amorosas platicas y el lenguaje seductor que hace perder el juicio a los más prudentes. Lo puso en manos de Hera y pronuncio estas palabras. Toma y esconde en tu seno el bordado ceñidor donde todo se halla. Yo te aseguro que no volverás sin haber logrado lo que te propongas”

Sueño y amor unidos todo lo que pueden y conquistan, y hasta el rey del Olimpo, el gran Zeus, cae en la meliflua tela tejida con tales ingredientes por su esposa Hera. Mientras aquél dormía plácidamente, “vencido por el Sueño y el Amor y abrazado con su esposa”, un fiel emisario de ésa corría veloz hacia las naves de los aqueos para avisar a Neptuno, el dios de las aguas, que tomara parte en la batalle librada entre los hombres.

Este mensajero no era otro que el dulce Sueño procurando cumplir con su promesa hecha a Hera: “El dulce sueño corrió hacia las naves aqueas para llevar noticia a Neptuno, que ciñe la tierra; y deteniéndose cerca de él, pronuncio estas palabras ¡Oh Neptuno! Socorre pronto a los guerreros que batallan y dales gloria, aunque sea breve, mientras duerme Zeus, a quien he sumido en dulce letargo, después que Hera, engañándolo, logró que se acostara… claro para gozar del amor” Muy lista la muchacha, digo, la diosa.

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